José Jaramillo


Los tecnócratas y monetaristas del gobierno están güetes difundiendo la noticia de que en 2012 las exportaciones colombianas superaron los 60 mil millones de dólares, superiores a las del año precedente. Ese resultado tiene un componente muy alto de hidrocarburos (petróleo y derivados) y minería (oro, ferroníquel, etc.), mientras que las manufacturas apenas aparecen, porque son pocas las que son competitivas en los mercados externos; y la agricultura, la ganadería y la industria avícola han sido afectadas por el clima, la inseguridad, los altos costos de herramientas, maquinaria e insumos, y la revaluación, lo que disminuye dramáticamente su capacidad productiva. Hasta a las artesanías, cuya originalidad era garantía para conquistar mercados, les salió el coco de la piratería china, que copia cualquier producto y lo vende a pérdida, solo para darle trabajo a su inmensa población. Además, uno de los clientes más importantes para confecciones, zapatos, huevos, ganado y otros, "nuestro nuevo mejor amigo", segundo en el ranquin exportador colombiano, no tiene con qué pagar lo que compra; o no le da la gana de hacerlo. Los altos funcionarios oficiales, desde el mismo señor presidente, nacieron en cuna de oro y comieron desde niños con cubiertos de plata, lo que explica en parte su inclinación por la minería; sin importarles que ésta arrase con los recursos naturales, especialmente el agua, que cuando la explotación minera no la seca la envenena; que el empleo que genera sea mínimo y que las poblaciones circundantes de las explotaciones mineras sean miserables. Además de que el abundante ingreso de dólares a la economía proveniente de las exportaciones mineras, en buena parte es causa de la revaluación, que tiene azotados a los exportadores industriales, agrícolas y ganaderos.
Ojalá que a los sofisticados ejecutivos gubernamentales, tan aficionados a las estadísticas y tan alejados de las realidades sociales, no les pase lo que al mitológico rey Midas, a quien la codicia le supo a cacho. Este soberano le hizo un favor a un dios y éste le ofreció concederle como recompensa lo que quisiera. Y el otro, sin pensar en las consecuencias, pidió la facultad de que todo lo que tocara se le convirtiera en oro. "Ojo con lo que pides", le advirtió el dios, pero Midas insistió. Dicho y hecho, de ahí en adelante al rey todo lo que tocaba se le convertía en oro. Hasta la comida. Inclusive dándosela otro como a un bebé o a un enfermo, porque con solo arrimarle a la boca o a los dientes una cucharada de arroz o de sopa, un pedazo de carne, una almojábana o un buñuelo, se le volvía oro. El pobre Midas ya estaba más flaco que la perra de san Roque de aguantar hambre y le dijo al dios que le deshiciera el encanto. Éste le advirtió que ya era muy difícil, pero que, sin embargo, ensayara sumergiéndose en el río, a ver si el agua le obraba el prodigio. Así lo hizo por un largo rato y, tullido del miedo, cuando salió, tocó las ramas de un árbol y éstas continuaron verdes y frescas. A Midas le volvió el alma al cuerpo, se curó de la desmedida ambición, se fue a vivir a una choza en el campo y allí murió tranquilo.
Ojalá que los codiciosos altos funcionarios del gobierno colombiano, cuando les pase con la minería lo mismo que a Midas, todavía encuentren agua.
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