Alejandro Samper


Dice el médico neurofisiológico colombiano Rodolfo Llinás que a la realidad no hay que tenerle miedo. "Si no se le tiene miedo, la realidad a uno lo quiere. Si uno le tiene miedo a la realidad, la realidad le hace pistola a uno". (Revista Bocas No. 25). Quisiera creerle, pero al revisar lo que pasa en el país, la realidad no da miedo. Da pánico.
La reciente edición de la revista Semana (No. 1647) da fe de ello. Desde su portada, con un Juan Manuel Santos diciendo que busca la reelección presidencial, hasta su contraportada (un reloj Cartier de 56 millones de pesos), muestran que la realidad nacional es terriblemente desequilibrada y perversa. Si este país fuera pensante, los electores no votarían por un tipo que sale en televisión a decir que "el tal paro agrario no existe", cuando medio país estaba bloqueado por campesinos, que la comida se pudría a un lado de las carreteras. Todavía no entiendo cómo llegaron a un acuerdo con las Farc -en los diálogos en La Habana- sobre la política de desarrollo agrario integral, con un Gobierno que no le teme a la realidad agraria. La ignora. Y con una guerrilla que "defiende a los campesinos", expulsándolos de sus tierras, reclutando a los niños y sustituyendo los cultivos de pancoger por coca.
Pero entre Santos y el muñeco de ventrílocuo de Álvaro Uribe, que entre el diablo y escoja.
La revista de esta semana es un golpe de realidad que muestra cómo el país se ha ido degenerando en los últimos 30 años. Artículos como el Fantasma del patrón, que muestra cómo a 20 años de su muerte Pablo Escobar es un mito popular que deja mucha plata. También cómo el narcotráfico ha dejado 15 mil muertos en dos décadas y las múltiples cabezas que ha tenido esta hidra. Y pasando de artículo en artículo, vemos cómo los malos pasaron de ser los traquetos levantados y los lavaperros, a los delfines del poder. Entonces están los hermanos Iván y Samuel Moreno Rojas que saquearon a Bogotá (pedían "mordidas" de 30 mil millones de pesos); está cómo el expresidente de Saludcoop, Carlos Palacino, desvió 1,4 billones de pesos de la salud de los colombianos para gastarlos en condominios y clubes campestres, nota que contrasta con Radiografía de una reforma, que muestra la inconformidad de los médicos con la reforma a la salud, y como hay quienes insisten en mantener el modelo actual de las EPS.
Y está la "burla" que es la Comisión de Acusación, y los rastros de la guerra que descubren las petroleras cuando escarban en los Llanos, y el lío de los baldíos en el que está metido el ministro de Agricultura Rubén Darío Lizarralde... Es que ni siquiera el artículo "de impacto social" sobre la visita del premio Nobel de Paz, Muhamad Yunus, deja buen sabor. Nos recuerda lo que hizo el pícaro del exgobernador Mario Aristizábal despilfarrando la plata de los pobres en adjudicación de contratos (lean el artículo de Carlos Hernández, Un recorderis, ahora que viene Yunus. La PATRIA, 23 de noviembre de 2013).
Si no es saqueo, es violencia y si no es violencia, es corrupción. Una realidad difícil de ignorar, difícil de no temer. Parece que los únicos que pueden acceder a un reloj Cartier son los mafiosos o los políticos torcidos.
Llinás también aparece en esa edición de Semana, como uno de los cerebros fugados del país al que el Gobierno quisiera repatriar. Sin embargo, ni el Estado ni ninguna institución local cuenta con los recursos para pagarle a este personaje y a otros investigadores radicados en el exterior. El dinero que debería invertirse en desarrollo tecnológico, infraestructura y salarios decentes para profesionales calificados (personas capaces de revolucionar nuestra realidad y darle un giro a la educación y desarrollo del país), se lo robaron. Pregúntele a Palacino y a los Moreno cómo lo hicieron.
Y mientras Llinás sorprende al mundo con su nano-agua, aquí seguimos temiéndole a la lluvia. Así de atrasados estamos. Esa es nuestra realidad.
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