Cristóbal Trujillo Ramírez


Asociado a las importantes discusiones sobre la cobertura y la calidad de la educación en nuestro país, no podemos aplazar las significativas preocupaciones sobre el tema de la vocación escolar: ¿educar para qué?, ¿qué esperamos de la escuela en Colombia?, ¿para qué asiste el niño a la escuela? Son reflexiones sencillas, que aparentemente no tienen una respuesta intencional y visible en las prácticas cotidianas de la escuela y en las decisiones de gobierno que materializan la política educativa. Pretendo con este artículo, animar el debate, precisamente ahora, que tanto municipal como departamentalmente habilitan espacios de participación que adviertan al gobierno sobre las líneas estratégicas de la agenda educativa; dejo estos elementos, entonces, para la reflexión:
1. En la escuela desapareció la orientación profesional y vocacional, no existe un programa sistemático que permita encauzar al estudiante frente a sus posibilidades de desempeño, todo está más o menos bien hasta grado undécimo, porque en los grados anteriores el mismo sistema de promoción nos va llevando al siguiente, pero de grado undécimo, ¿qué se sigue? Parece que su futuro está ligado a la suerte de un examen, que es la prueba de fuego que determina su futuro. Vale la pena preguntarnos: ¿es pertinente un sistema escolar en el cual 13 años de formación dependen de un día de prueba?
2. El ingreso de los estudiantes a las instituciones educativas se da por intereses como su reconocimiento histórico, su cercanía con el lugar de residencia, o aún, por costumbre familiar; regularmente es una decisión que no consulta los intereses o aptitudes de los estudiantes, por eso tenemos chicos en bachilleratos pedagógicos que no quieren ser maestros, vemos estudiantes en bachilleratos técnicos que no desean estudiar ingenierías o tecnologías; en fin, el sistema no está diseñado para un compromiso vocacional que articule la propuesta curricular con las expectativas de los estudiantes.
3. En las universidades públicas y privadas se ofrecen programas de pregrado para los cuales no existe demanda laboral, es decir, con la autorización del Estado colombiano se forman profesionales para el desempleo, porque los propios observatorios oficiales y privados evidencian los índices de desocupación de los egresados, me pregunto entonces: ¿es pertinente un sistema que produce profesionales en áreas que no se requieren?
4. El sistema educativo colombiano, igualmente, tiene serias dificultades en su política de atención a la población con necesidades especiales (NEE) y a la población con capacidades excepcionales, pues ni los unos ni los otros tienen un ofrecimiento educativo construido para responder a sus necesidades, salvo en pocos casos que se han dado más por la vocación misional de algunas instituciones que por política de Estado, como en el colegio Villa del Pilar y que, por lo tanto, no alcanza a atender la elevada demanda de la población con NEE; por el otro lado, el de la población con capacidades excepcionales el asunto es aún más grave, pues a estos hijos de la patria solo les quedan dos caminos: convertirse en unos más del montón y renunciar a su condición de excepcionalidad, o fugarse del país hacia otras latitudes que les posibilitan el acceso a la ciencia, la tecnología, la investigación y la innovación, que es precisamente el escenario natural para aquéllos a los cuales la naturaleza dotó de un equipaje intelectual generoso en condiciones y talentos. Cabe entonces preguntarnos: ¿es pertinente un sistema educativo que forma en la convencionalidad y no responde a la condición natural del ser humano?
Dejo abierto el debate, invito a los diferentes foros que se ocupan de analizar el acontecer educativo en la ciudad, en el departamento y en el país, para que con la misma generosidad que se programan las dimensiones de la cobertura y la calidad, se incluya también este crucial tema de la vocación escolar y, desde allí, se alimenten las posibilidades de construir un sistema educativo más pertinente que revitalice las escuelas de Colombia.
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