Andrés Felipe Betancourth


Johan Galtung, sociólogo noruego reconocido como uno de los principales investigadores sobre paz y conflictividad, señala en sus trabajos que hay dos tipos de paz: una "paz negativa", que corresponde a la supresión o ausencia de manifestaciones de violencia; y una "paz positiva", que se caracteriza por las relaciones de colaboración y construcción conjunta de un entorno de paz duradero. En lo particular, no creo que estemos en el momento de discutir si una es más perfecta que la otra, o si las debemos buscar por caminos mutuamente excluyentes. Sin duda, el pueblo colombiano anhela el cese de acciones violentas por parte de los grupos armados. Pero si tal condición llega, lo que esperamos de fondo es la consolidación de un proyecto social y político de nación cimentado en la justicia, la equidad y el desarrollo de los individuos en un entorno de libertad y derechos.
Otro aporte de Galtung al entendimiento del tema es la formulación del "Triángulo de la violencia", que a su vez compara con un iceberg cuyo vértice corresponde a la violencia directa, es decir, la visible. Pero a su vez, en la base del triángulo, no perceptibles a simple vista como en el iceberg, se encuentran otros dos tipos de violencia: la violencia estructural y la violencia cultural.
Utilizo los conceptos de Galtung, sin pretender ser experto en el tema, para señalar la significancia del anuncio del domingo pasado desde La Habana. Haber cerrado (no concluido) el primer punto de la agenda de diálogos y plantear un primer nivel acuerdo al respecto es sin duda un progreso. Pero lo es más que dicho acuerdo gire alrededor de lo rural, uno de los mejores escenarios para entender lo que es la violencia estructural. La marginación, la inequidad, la privación del goce de derechos, la negación de la dignidad de seres humanos y de ciudadanos para nuestros campesinos y campesinas (que en virtud de su género sufren afectaciones diferentes), son expresiones de la violencia que les conmina a deplorables condiciones de vida. Como anécdota recuerdo la "claridad" ofrecida por una funcionaria del gobierno nacional en un taller sobre convivencia y seguridad ciudadana en Manizales, quien aseguró que la seguridad ciudadana se ocupaba de la prevención de delitos en los cascos urbanos, porque justo se restringía al atributo de "ciudadana" como aquello relativo a las ciudades. Para ella, los asuntos de seguridad en el sector rural eran competencia del Ejército.
Construir un primer acuerdo y llamarlo "Hacia un nuevo campo colombiano: Reforma rural integral" abre la esperanza sobre una mesa de diálogo que no solo se ocupa de las manifestaciones de la violencia directa, sino que está considerando la estructural, para empezar a construir lo que Galtung llama paz positiva. Tampoco hay que decir que la demanda por una transformación de la realidad rural viene dictada por las Farc. Ya el informe nacional de desarrollo humano de 2011 planteaba que Colombia no podría resolver el conflicto armado y saldar el histórico conflicto agrario sin una reforma rural transformadora. Absalón Machado, coordinador del informe, planteaba que dicha reforma debe ser fruto de acuerdos nacionales, regionales y locales que transformen la actual estructura agraria y sus relaciones con la sociedad, el Estado y la política. En el mismo sentido se han anunciado los planteamientos generales del acuerdo presentado el domingo anterior.
Pero si se avanza en lo estructural, debemos hacer lo propio en lo cultural. Así como demandamos que cesen las expresiones de violencia directa, vengan de quien vengan, debemos reflexionar sobre nuestra cotidiana cultura de violencia. El mismo Absalón Machado, en un foro hace dos días en Manizales, decía que los colombianos no sabemos qué es la paz, porque sencillamente no la hemos vivido. Es momento de una reflexión y de una pedagogía sobre la paz, obviamente la positiva. Celebrar la muerte de un delincuente, exponer su cadáver como trofeo, reclamar violencia contra los violentos, o acostumbrarnos a frases como "…por algo le ocurrió…" son evidencias de nuestra cotidiana y arraigada cultura de violencia.
Ya decía el presidente Santos acerca del primer acuerdo de La Habana: "Avancemos entonces rápidamente hacia ese Acuerdo Final para dedicarnos a lo que importa: a construir la paz".
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