Luis F. Molina


El lunes en la noche, mientras la mayoría de colombianos reflexionaba por la terminación del puente festivo de agosto, las redes sociales y portales políticos estadounidenses estaban en plena revolución. La familia Obama, la primera según las toscas jerarquías de la farándula y el protocolo, adoptó una nueva mascota. Un perro negro pequeño (como la misma gestión del presidente) y juguetón como tantos era el nuevo foco de los fotorreporteros.
Ahora recorre los verdes prados del jardín sur de la Casa Blanca mientras sus dueños reflexionan y piensan sobre su actuar en el mundo. Si ser o no ser, como bien decía Hamlet, ésa es la cuestión.
Y a veces es entendible que Obama quiera distraerse con el perro nuevo de su hogar. ¿Qué se sentirá ser presidente de una nación a la que muchos llaman imperialista y es precisamente la misma a la que tantos le demandan decidirse sobre la intervención de un conflicto tan lejano como el egipcio? La nueva máxima de Obama sería, hacer o no hacer, ésa es la cuestión.
Y no hay que ahondar en los mismos titulares de la prensa cada día, que van desde la gestación de la primavera árabe con las inestabilidades de los gobiernos islámicos y el estado egipcio, las violaciones a los Derechos Humanos hasta la falta de coherencia de las fuerzas militares conforme deben reconstruir naciones caídas realmente en desgracia.
La conclusión prematura de los encontrones egipcios es clara: Cuando por años los gobiernos se dedican a esconder bajo la alfombra la suciedad de sus políticas, llega el momento de explosión y desaparición de la calma social. El polvorín en el que Egipto se convirtió ya deja como resultado enormes perjuicios económicos en todo el país, la pérdida de grandes valores históricos como los museos de algunas ciudades norteñas y la desaparición por completo de la institucionalidad.
Actualmente se reconocen los temores de una guerra civil entrañada en la religión y la injusticia. Entre radicales que no están dispuestos a ceder un solo argumento y que expondrían su vida por permanecer en su sitio, tal como ocurrió en el desalojo de los hermanos musulmanes que terminó por saldar en centenares de muertos en cuestión de horas e inocentes que no van al caso de la guerra. Lo más preocupante es que desde el derrocamiento del presidente Mohammed Mursi el 3 de julio, -elegido democráticamente- las redadas militares se han multiplicado hasta llegar a actos de barbarie.
Ahora, con una multiplicación exponencial de los hechos de violencia, la comunidad internacional no sabe qué hacer para tratar de apoyar un Estado que carece de liderazgo, con violaciones de todo tipo a la constitucionalidad y una milicia que pareciese pertenecer todavía a un faraón.
Varias naciones han enviado su ayuda a Egipto. Sin embargo, los frutos de las mismas no se han registrado y parecen nutrir un conflicto que siente entrar al letargo, a la normalidad de la muerte y a lo execrable de la guerra. Egipto se convertiría en una segunda Siria, país que ya se acostumbró al desprecio extranjero mientras que de fronteras para dentro se cometen todo tipo de masacres sin que nadie se pueda poner de acuerdo para buscar correcciones y soluciones al conflicto bélico.
La primavera árabe que significó en otrora el cambio y la apertura en naciones islámicas parece involucionar a un frío invierno que se ató al tiempo, donde los conflictos tomaron un rumbo más voraz y destructivo de lo pensado y recordaron la indiferencia de tanto oriente como occidente hacia los más aislados.
Sin embargo, lo que mayor daño le genera a Egipto es la prolongación de un conflicto que poco a poco se volverá una normalidad para todo el orbe. Un enfrentamiento que significaría su desaparición de la política internacional y su propia sepultura del mundo turístico. Los escalofríos aparecen cuando las plagas egipcias pasan de ser un símbolo de castigo a una sociedad caradura a convertirse en un status quo plastificado en el tiempo.
Pero si nos preguntan sobre el nuevo perro de los Obama, con seguridad sabremos responder. Lo nuestro es estar a metros de la solidaridad.
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