Ricardo Correa


Hace exactamente un año se conoció públicamente que el Gobierno nacional y las Farc estaban adelantando conversaciones tendientes a sostener una negociación formal que diera fin al conflicto armado, se supo también que como consecuencia de esos diálogos se había suscrito una agenda sobre la cual versaría el proceso de negociación. Esta noticia, que fue sorpresiva para la opinión en general, fue recibida positivamente por la mayoría, resurgiendo la esperanza de ponerle un punto final al desangre de medio siglo que ha padecido Colombia.
Al principio, como en todos los procesos, predominó el entusiasmo, no exento de voces críticas que preferirían seguir con la confrontación militar, con la esperanza vana de lograr extinguir las guerrillas a través de la fuerza. Pero en general, el proceso promovido por el presidente Santos parecía a todas luces sensato y conveniente, con una agenda realista y realizable, que no sobra recordar a estas alturas: política de desarrollo agrario integral; participación política; fin del conflicto; solución al problema de las drogas ilícitas; víctimas, implementación, verificación y refrendación. Aunque tremendamente sensata y lógica, esta agenda implicaba desde un principio enormes retos, los cuales estamos afrontando ahora mismo, y por lo cual pareciera que la negociación se estuviera estancando o atravesando una crisis. Sin embargo, el estar mirando cara a cara estos retos y desafíos implica que el proceso está andando, incluso, más rápido de lo pensado. Si el fracasado proceso del Caguán ha sido un fantasma que susurra al oído de muchos invitando a no explorar la vía de la negociación, a estas alturas de lo que pasa en La Habana, el mismo Caguán nos muestra, en un simple ejercicio de comparación, que el actual proceso de paz ha avanzado mucho, infinitamente más que cualquiera de los anteriores, y que las partes tienen serias intenciones de sacarlo adelante. Hoy como nunca antes las Farc quieren un acuerdo de paz. Entonces, en la medida que el proceso de paz avanza aparecen los retos, los desafíos, que son enormes. La paradoja de las negociaciones en curso es la siguiente: anteriormente lo más importante en unos diálogos de paz era la voluntad de las partes, casi que con eso era suficiente, que quisieran llegar a un acuerdo, lo demás se acomodaba relativamente fácil: leyes, reformas, la opinión y los apoyos internacionales. Lo que nos falló siempre fue la sincera voluntad de las partes, especialmente de la guerrilla. Hoy, si bien el ingrediente básico para sacar adelante una negociación sigue siendo la intención de querer hacerlo por parte de quienes están en la mesa, pesan mucho otros factores que no dependen de gobierno y guerrilla: el Derecho se ha hecho más exigente, la comunidad internacional ha creado instituciones que inciden en las negociaciones, la voz de las víctimas se escucha y la opinión pesa mucho más. En resumen, la flexibilidad de antes se ha restringido enormemente. En el proceso de La Habana es evidente la voluntad de las partes, lo que sucede es que esa voluntad tiene que ajustarse a un entorno más complejo y restrictivo que antes.
De aquí en adelante, el proceso de paz estará lleno de retos y complejidades; de enormes desafíos que tendremos que superar de la manera más inteligente posible. La posibilidad de un referendo que confirme los acuerdos a que se lleguen en La Habana y la mirada que se tenga desde instituciones internacionales, para el caso concreto la Corte Penal Internacional, son los elementos que justo por estos días están presentes en la mesa, en toda la opinión y ciudadanía. Y están relacionados, pues una confirmación ciudadana de los acuerdos a que se llegue imprimiría una muy valiosa legitimidad a los acuerdos de paz, de manera que más adelante no sea posible destruir lo ya construido. Respecto a las recientes opiniones emitidas por la fiscal de la Corte Penal Internacional, Fatou Bensouda, en el sentido de que el proceso de paz en curso no podría implicar impunidad para los responsables de graves delitos y crímenes contemplados por la ley penal internacional, léase Estatuto de Roma, habría que decir que las opiniones de la fiscal plantean un escenario en blanco y negro, que tal vez dificultaría enormemente sacar adelante un acuerdo de paz. Sin embargo, hay otras posibilidades que se pueden construir respecto al tratamiento de los crímenes cometidos en el conflicto, para lo cual se requiere mucha honestidad de las partes, empezando por el reconocimiento de las graves faltas cometidas, y a partir de ahí construir un camino de sanación individual y colectiva como forma alterna de tratar tantas tragedias.
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