Óscar Dominguez


No son buenos los tiempos para los gatos. Eran los dueños del poder religioso en tiempos del dimitente papa Benedicto XVI quien compartía su apartamento de eterno soltero con dos de ellos.
El gato Socks detentó el poder político cuando tuvo como mascota a Bill Clinton, presidente de Estados Unidos. Socks, fue discreto, alcahueta e insobornable testigo de las escenas de alcoba en las que su mascota, Bill, convertía en oral el despacho Oval de la Casa Blanca.
Nadie ha vuelto a componer poemas en los que consigne que le gustaría ser gato. Lo hizo el escritor rionegrero Juan José Botero, y pare de contar. Poe sacó de su siesta perpetua al gato Plutón y lo puso a trabajar en una de sus ficciones. Borges, inmortalizó a Beppo, "blanco y célibe", en su cuento "El sur". "Los gatos no se acuerdan de nadie", pontifica Florentino Ariza en otra novela de García Márquez.
Fue famoso Pepito, el gato del maestro Germán Arciniegas, presidente de la Academia colombiana de la lengua. Como los de su secta felina, empezaba haciendo el amor y terminaba haciendo la guerra. Armó más de un lío diplomático con sus desvaríos sexuales con la gata de la embajada de Suecia. "Murió de un ataque de luna llena en sus pupilas", escribió Arciniegas en el obituario de Pepito.
Todo el gato está en la palabra Garfield, digamos plagiando a alguien que sí sé quién es "mas no lo digo". Garfield fue mascota de la Unión Patriótica en tiempos del sacrificado candidato de la Unión Patriótica, Bernardo Jaramillo. Garfield, la creación de Jim Davis, es la encarnación del gato que todos quisiéramos ser.
"Dios hizo el gato para que el hombre pudiera acariciar el tigre", dejó dicho no sé quién. Todos ellos viven el aquí y el ahora, siguiendo a Séneca. Y a quienes lo copiaron. Se gastan sus siete vidas en el presente. Por eso, son los únicos animales de la creación que son al mismo tiempo niños, jóvenes y ancianos.
Recientemente, dos gatos fueron protagonistas de páginas interiores de los diarios. Uno de ellos, el gato Óscar debe estar haciéndole compañía a un moribundo en una residencia para ancianos en Providence, Estados Unidos. No hablo de cristiana compañía porque los gatos son ateos. Con su nonagésimo sentido, mi samaritano tocayo descubre cuál será el próximo anciano que se volverá silencio.
Óscar no es original. Hace muchos aguaceros, conté que otro gato, también llamado Óscar, entraba en la habitación 313 de un geriátrico en Rhode Island, y se acostaba a los pies del siguiente candidato a cargar gladiolos en el cementerio.
En este campo de las predicciones mis dos ilustres tocayos son infalibles como los papas. Vaya usted a saber cómo desarrollaron semejante destreza.
Bob es otro gato famoso por esos días en Londres. Decidió seguir por toda la City al músico callejero James Brown, quien aparte de su pobreza y su condición de drogadicto, nada podía ofrecerle. En reciprocidad, Brown abandonó las drogas.
Cerca de nosotros, en la antigua cárcel de La Catedral, de Envigado, regentada por monjes benedictinos, vive un gato angora, blanco, que hace las veces de guía turístico.
No les echa la carreta a los visitantes, oficio que le deja al padre Gilberto Jaramillo. El de angora acompaña al monje durante el recorrido. Lo avala o desmiente, si le pilla alguna inexactitud. Este gato es uno de los 16 que tienen línea directa con su gurú, el hermano Elkin. A él nunca lo desmienten.
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