José Jaramillo


Las relaciones tan maternales que tuvieron los españoles con sus hijitos de las ex colonias, parece que son historia. Durante muchos años, no se sabe si por gratitud o remordimiento por el latrocinio que cometieron en tierras de Latinoamérica durante 327 años, desde 1492 hasta 1819, en lo que a Suramérica corresponde, quienes viajaban de estas tierras hacia España no tenían que cumplir requisitos de inmigración y hasta eran recibidos con afecto. Y si decidían quedarse ninguna autoridad se los impedía, y podían ir y venir cuantas veces quisieran. Igualmente, los españoles eran bienvenidos, fueran turistas, intelectuales, toreros, bailaores, cantantes o cocineros, de paso o para quedarse. Inclusive, después de la Guerra Civil Española, cuando el Generalísimo Franco, triunfador de la contienda y declarado dictador, persiguió despiadadamente a liberales, socialistas y todo lo que oliera a izquierda política, muchos dirigentes e intelectuales se refugiaron en Colombia, acogidos por el gobierno liberal del presidente Eduardo Santos Montejo (1936-1942). Algunos de ellos terminaron como periodistas en El Tiempo, propiedad del mandatario. Uno de ellos fue, por ejemplo, el padre de Fernando González Pacheco, el popular personaje de la televisión, quien definitivamente se quedó y echó raíces en su nueva patria.
Con el boom del narcotráfico las relaciones entre España y Colombia, y seguramente con otros países hispanoamericanos, comenzaron a "marearse", por la avalancha de "mulas" que ingresaban a Europa por el país ibero, a introducir drogas ilegales. Y también por las bandas de delincuentes comunes que se instalaron en el Viejo Mundo a cometer fechorías, que por la difusión de las noticias dejaron la imagen de los colombianos por el suelo. La realidad actual es que en las cárceles españolas hay centenares de narcotraficantes, atracadores, falsificadores de moneda y otros delincuentes, oriundos de Medellín, Pereira, Cali, Barranquilla y otras ciudades nuestras.
Así las cosas, se acabaron las mieles de las relaciones hispano-colombianas y comenzaron los españoles a apretar las clavijas exigiendo visa, que para conseguirla había que llenar demasiados requisitos. Y, de sobremesa, la situación económica europea y los niveles de desempleo son alarmantes, por lo que ya no son bienvenidos los latinos para desempeñar trabajos en el campo, o los más humildes en las ciudades, porque esos puestos los necesitan españoles, franceses, portugueses, italianos y otros, que están "parados", como dicen ellos.
"Cómo nos cambia la vida", dice por ahí la letra de un tango. Ahora son los europeos los que les están coqueteando a México, Costa Rica, Colombia, Chile, Perú y Brasil, para venirse a buscar trabajo; y son estos países los que tendrán que dejar de ser tan permisivos con los inmigrantes, para que no se llenen de varados, compitiendo por el empleo con los nativos, pero sin dejar la arrogancia de ser blancos, zarcos y europeos.
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