Andrés Hurtado


Seguimos en el paraíso de Meremberg. La lucha de Gunther y Mechthild fue con los colonos. En ese tiempo (¡y todavía hoy, qué horror!) el colono creía que tumbar selva es lo correcto, que todos esos árboles no sirven para nada, que estorban. Tumbaban la selva, levantaban una casa o covacha y en las notarías les adjudicaban las tierras. Muchas veces Gunther se encontró con colonos metidos en su propiedad, armados de machetes y hachas y cortando los árboles más valiosos. Se armaban el problema y la discusión en la que siempre perdía el bueno de Gunther.
Gunther recordaba que los colonos le contestaban: "Usted no ha sembrado estos árboles, fueron plantados por Dios, él quiere ayudar a los pobres, usted deja pudrir los arbustos, nosotros necesitamos aserrarlos para poder sobrevivir con nuestros hijos".
Las cosas, nos recuerda Liberio, se ponían todavía más color de hormiga, cuando Gunther encontraba dentro de su reserva a colonos que habían cazado una pava, o una guagua o un venado y la excusa era igual: "ustedes no han criado estos animales no los han comprado tampoco".
Por todos los medios posibles, con persuasión, indicando la importancia de la flora y de la fauna, Gunther no se cansaba de amonestar a los colonos destructores y abusivos.
Gunther fue un hombre admirable en todo sentido. No entiendo cómo en Colombia no se le han rendido los honores que merece…que mereció. Un alcalde de La Plata, funcionario inepto, corrupto y estúpido como tantos lo llamaba: "el gringo con el tornillo suelto", simplemente porque predicaba la defensa de los bosques, de la fauna y del agua.
Hablamos de los años 40 y 50…como vemos las cosas no han cambiado, no solo con alcaldes de pueblos y de pequeñas ciudades, sino con los más altos dignatarios del Estado de hoy que no tienen idea de conservación y respeto por la Naturaleza. Lo peor es que se ufanan de lo que carecen, se ufanan de ser defensores de la Tierra. ¡Parranda de hipócritas! Mi rabia es más que justificada. Pero, volvamos a Meremberg.
Para defender la reserva Gunther puso cercas de alambre, que resultaban muy caras sobre todo teniendo en cuenta la precaria situación económica por la que atravesaba.
Pero los colonos constantemente derribaban los postes y cortaban los alambres y metían ganado y sacaban el ganado ajeno a cuyos dueños se habían alquilado los potreros. Las quejas que llevaba a la alcaldía no eran atendidas por el inepto y vendido alcalde, que siempre le decía: traiga dos testigos.
Al escribir estas líneas, solamente con recordar lo que tuvo que sufrir y soportar Gunther, un extranjero enamorado de Colombia, sepan queridos lectores que me entra furia.
La admirable paciencia y el amor a la tierra de Gunther se vieron poco a poco compensados, al menos en parte. Los colonos se fueron aplacando y al final vieron a Gunther como un vecino más, que tenía los mismos problemas que ellos y que además, les prestaba ayuda muchas veces. Cuando había derrumbes en la carretera, los alojaba en la casa e incluso les daba comida. Realmente, y lo repito con honda emoción y admiración, Gunther era un hombre maravilloso, un apóstol digno de toda admiración, un apóstol de la tierra, como pocos o ninguno ha habido en Colombia.
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