Los tribunales de justicia internacional fueron creados como un avance para contribuir a la solución pacífica de los conflictos entre los países cuando estos no hubieren podido allanar caminos de entendimiento para zanjar las diferencias frente a los diversos asuntos en disputa.
Una instancia superior, imparcial, con capacidad operativa y funcional y con instrumentos de persuasión basados en la historia, en el derecho y en los instrumentos que enmarcan la equidad, es lo que todos los asociados esperan de esos entes compuestos supuestamente por lo más granado de los jurisconsultos del mundo, que terminan integrando esas salas de decisión.
Pero lo que hemos visto en el caso del conflicto de límites con Nicaragua, es que esas características aquí descritas no han sido evidentes, o por lo menos no reflejan lo que debe ser la respuesta traducida en los fallos.
Un tribunal de esta naturaleza, que se excede en las peticiones, que desconoce tratados suscritos y vigentes, y que además se introduce en intereses de otros países que no estaban enterados que sus derechos estaban siendo materia de vulnerabilidad, no puede ser propiamente un modelo de justicia que las partes involucradas, y que en general el mundo entero, esperaban.
Más aún, no puede una fórmula como la que se pretende aplicar, ser fuente de agresiones y hostilidades para entrar a solicitar situaciones aún más ambiciosas, porque se considera que se está frente a un juez amigo, para convertirlo en instrumento de apropiación y en vehículo para llegar a expandir un territorio, con el convencimiento de que el tribunal es su aliado.
Nicaragua canta una victoria como el que arrebata un trofeo por la fuerza; se apropia de 75.000 kilómetros cuadrados de mar que jamás llegó a pensar; sabe que los tratados vigentes fueron pisoteados y enseguida como un león rugiente arremete contra todos sus vecinos para solicitar más tierra, más mar, y embiste a su contraparte, Colombia, para decirle que le puede usurpar todo sus aguas hasta las costas de Cartagena, y que allá llegará por las vías de sus jueces amigos.
No, Colombia no puede quedarse de brazos cruzados y le asiste su derecho para defender lo que ha sido suyo, lo que los tratados le han otorgado y lo que la historia le ha reconocido.
El Tribunal de La Haya, antes que solucionar un conflicto, ha creado uno mayor y hoy la región está convulsionada y amenazada por un país que cree poderlo todo y poseer la herramienta para conseguirlo. Y si no, pueden preguntar a la comunidad internacional ¿Quién puede estar interesado en que sus conflictos los aborde un tribunal como éste, que acaba de fallar de manera tan insólita?
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