Luis F. Molina


Probablemente tenga que acudir al drama clásico de la tragedia griega para expresar mi incomodidad con el ser humano y sus invenciones. Una decepción práctica que me genera saber que el hombre es víctima de su propio invento, como es el caso de la economía; idea que todavía pretendemos entender y controlar.
Helenos o griegos, llámelos como quiera. Lo que pasa en Grecia en este momento y apenas comienza en España, es una muestra de la incapacidad que existe de coacción entre la política mal aplicada y la macroeconomía. Cada vez que hay una solución desde el gobierno griego, surgen tres problemas más. No existe un camino claro entre los tecnócratas y los demócratas para volver esa nación lo que en décadas pasadas ostentó ser.
Por ahora, el país heleno seguirá siendo la manzana de la discordia entre la desigual Unión Europea. Es la desigualdad la que no permite a los gobiernos encontrar una solución común que no comprometa el bienestar de los millones de habitantes que dependen de sus decisiones. No creo que sea la primer ministra alemana Angela Merkel idónea para manejar problemas gigantescos de desempleo de un país como Grecia, con un índice de desocupados de 21%, cuando Alemania apenas llega al 3%. Quizás un poco de historia ayude a clarificar el gran enredo griego que parece sacado de una novela.
Las reglas del Imperio Otomano predominaron por siglos hasta el fin de la Primera Guerra Mundial. Sus principios radicaban en que cada comunidad de habitantes debía velar por su propio bienestar y por ende cuidaban ellos mismos de su sistema educativo, social, de salud, entre otros. Esto le significó un enorme avance a los griegos, pues no dependían de un gobierno central para guiar su progreso.
Sin embargo, un sistema de gobierno centralista llegó a la República Helénica Grecia y los sectores burocráticos desplazaron a las élites que manejaban satisfactoriamente las pequeñas comunidades griegas. Por cerca de 50 años se forjaron nuevos partidos políticos con poderosas maquinarias que canalizaron las ideas del gobierno, eso sí, con el ánimo de obtener dineros por rentas del central. Estos líderes fraguaron un nuevo sistema de gobierno bajo un concepto neto de burocracia. Grecia se volvió un país clientelista con una fuerte crisis por tráfico de influencias. Los méritos a los que aplicaron las élites griegas durante el tiempo otomano se resignaron a vivir en la historia.
Fueron las ayudas incondicionales que hizo la Unión Europea desde la década de 1980, las que colaboraron para encubrir el progresivo daño al sistema económico y social griego. Algo como barrer, pero esconder la basura bajo la alfombra. Esas mismas élites burocráticas que nacieron desde mediados de siglo fueron las que se opusieron a reformas para sanear el enorme hueco fiscal que se creaba con el pasar de los días.
Poco a poco, Grecia comenzó a partirse y las ciudades a luchar en contra de los intereses del gobierno central para evitar que sus bienes y patrimonios fueran a parar en concesiones que en nada les beneficiarían.
Después, en 2001, la República Helénica Grecia se adhirió a la Unión Europea, lo que le ayudó al país a modernizar su aparato bancario y de telecomunicaciones y también a guardarse dentro de las garantías del Banco Europeo. Sin embargo, y pese a las innovaciones, las élites burocráticas no le dieron cabida a reformas que les permitieran limpiar un poco la casa.
Cuando los políticos griegos se percataron del daño que habían hecho a su economía, entendieron que estaban en bancarrota y que el gobierno central no podía hacer nada al respecto.
Ahora, las pequeñas comunidades que formaron el otrora Reino de Grecia tenían que echarse al hombro el país, pues si no lo hacían, perderían el esfuerzo de siglos. Mientras tanto, el gobierno central, que no logra ponerse de acuerdo con los otros partidos políticos del país, que son controlados por los mismos de siempre, aprieta el cinturón a sus ciudadanos con salvajes planes de austeridad que agotan peligrosamente la paciencia de los griegos.
La solución pronta es que el gobierno central confiera a los administradores locales la posibilidad de reformar su educación y otros factores que componen el orden social de estos pueblos. Quizás es tiempo de que los griegos miren a sus abuelos para percatarse de un cambio que tienen que hacer para evitar seguir en picada.
Por lo pronto, le quedan otros cinturones de presión a Grecia, como el Euro y la imposibilidad de devaluar su moneda. Pero mientras las deudas sigan creciendo más que las soluciones, será muy difícil para los helenos reponerse de una brutal golpiza económica ocasionada por el desorden y la ambición de las clases dirigentes de siempre. Ojalá esta historia no se repita en Colombia, donde no confían en lo local..
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015