José Jaramillo


Uno de los mayores males que le causó a la institucionalidad colombiana el clientelismo, desatado a partir de las mangualas políticas que generó el frente nacional, fue la "fractura" social. El rompimiento de los empresarios y dirigentes cívicos con los jefes políticos, en la medida que aquéllos perdieron protagonismo y éstos se dieron mañas para quedarse con toda la administración pública, sin importarles cuán perversas pudieran ser las nuevas alianzas o coaliciones que fuera necesario armar, para sacarles provecho personal a los gobiernos seccionales, o al nacional. Y ese mal, concentrado especialmente en el Congreso Nacional, las asambleas departamentales y los concejos municipales, permeó a la justicia; y los gobernantes terminaron doblegados ante la contundencia de los hechos.
Nadie es capaz de calcular cuánto hubiera progresado el país si los dineros públicos no se hubieran despilfarrado en francachelas electoreras, contrataciones perversas y latrocinios a los erarios. Bajo el lema de un relevo generacional y de destronar a las oligarquías, los líderes recién aparecidos convencieron a las masas de cambiar el estilo político. Qué bobada hacer mingas o convites para arreglar caminos y construir escuelas y puestos de salud. Para qué hacer bazares, rifas y festivales para recolectar fondos con destino a obras sociales, restaurar iglesias, dotar cuerpos de bomberos y proteger ancianos y niños. Nada, dijeron los políticos, nosotros conseguimos el dinero y hacemos las obras. Lo que no explicaron fue que ellos mismos se encargarían de escoger los contratistas y que un porcentaje importante de los recursos quedarían en sus bolsillos. Sin hablar -por sabido se calla- de las alianzas que tuvieron que hacer los políticos con las mafias, el paramilitarismo y las guerrillas, para financiar las campañas políticas, que han alcanzado costos desproporcionados.
Pero nunca es tarde para enderezar el rumbo. Con satisfacción hemos oído un nuevo enfoque de educadores y académicos, en el sentido de no formar jóvenes para que ganen mucha plata, sino para servir a la sociedad honestamente, por supuesto con una remuneración justa. Y vemos también cómo se interesan en participar de la administración pública, y en hacer parte de los cuerpos colegiados, personas intelectual, social y moralmente idóneas, con sentido práctico para construir progreso, desinterés personal y pulcritud en el manejo de los dineros públicos. Falta únicamente que los electores abran los ojos y se den cuenta de que han sido engañados por varias décadas y han servido de idiotas útiles para que unos aventureros inescrupulosos se vuelvan poderosos y millonarios, mientras que ellos siguen en las mismas, sin progreso, sin servicios de salud idóneos, pese a los grandes recursos que se aportan al sistema; con pésimas vías de comunicación y sin transporte escolar y almuerzo para los niños pobres, por engordar políticos, con toda la parentela y los amigos cercanos incluidos.
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