Álvaro Marín


Cuando ya empezamos a divisar indefinido el río lejano que viene de la infancia, descubrimos, en ese rincón reservado a la nostalgia, una pesarosa sensación de impotencia frente al ocaso de principios fundamentales sobre los cuales, necesariamente, se edificó la gran civilización. Advertimos, por ejemplo, la inoperancia de las leyes, la devaluación de la democracia, el deterioro del Estado Social de Derecho, de la moral y del respeto a las ideas ajenas, para no citar sino algunos de los preceptos esenciales en la convivencia ciudadana.
Asistimos a la descomposición estructural de una sociedad en la que los valores fueron sustituidos por la compraventa de las conciencias maleables, por el precio de impunidades vergonzosas, por el costo de las verdades falsas mediante tarifas diferenciales para la delación y el silencio, o los pactos amistosos con los embaucadores. Al final de las cuentas, el éxito personal empieza a radicar en la habilidad de hacer trampa; el brillo profesional, en la posibilidad de falsificar méritos, de la misma manera que la decencia acabó transformada en un complejo, y la honradez, en una tontería pasada de moda.
Entonces, cuando uno se encuentra en la búsqueda de la esquiva serenidad de los años, no queda otra alternativa que renegar pasito, revestirse de paciencia, respirar hondo y contar hasta mil setenta veces siete, para hacer más llevadero y tolerable el paso del tiempo. ¿De qué sirve mortificarse, arar en el desierto, sembrar en el mar o remar contra la corriente turbulenta?
Quienes aportamos nuestros mejores sueños a la construcción de una comunidad emprendedora, imaginativa y solidaria, debemos darle paso a las nuevas generaciones para que pongan en práctica su particular concepción ‘light’ del mundo, no importa que terminen deshumanizándolo hasta llevarlo a la categoría terminal de planeta triste, donde prevalecen las mesas de negocios, desde las cuales se traza el porvenir del globo, con una calculada frialdad muy propia del tahúr experimentado.
Ahora bien, como quiera que estamos en Colombia "una nación tan insólita como contradictoria", es saludable repasar el luminoso pretérito para auscultar la incertidumbre del futuro. En menos de lo que canta un gallo, pasamos de la folclórica figura de la ‘paisocracia’, al pavoroso concepto de ‘narcoestado’ y, ahora, como van las cosas, transitamos, con desparpajo inédito, hacia la entronización de una escandalosa ‘corruptocracia’. Este engendro colectivo surge de las mentes calculadoras y perversas de quienes detentan el poder transitorio en las órbitas oficiales, que cuentan, inevitablemente, con la sagacidad inescrupulosa e insaciable del sector privado. El Estado "pese a las buenas y valerosas intenciones del gobierno" carece de reacción para enfrentar este monstruo, dada la falta de diligencia en sus órganos de control e instituciones judiciales para conjurar su expansión y crecimiento. Más aún, no existe capacidad suficiente en los establecimientos penitenciarios para alojar el desbordado número de delincuentes de las más diversas layas y colores, lo que nos lleva a pensar en la alternativa de declararles el país por cárcel. Es decir, tendremos que renegar aún más pasito para no incomodar a la encopetada y multitudinaria población carcelaria.
Para acabar de componer el concierto del desconcierto, es ineludible considerar la ineptitud, inmoralidad, desprestigio y vanidad de la clase política contemporánea, que, con escasísimas excepciones, se limita a buscar el beneficio de sus ambiciones, tanto individuales como partidistas. Es el protagonismo de la mediocridad. Devengan de balde a espaldas de las realidades nacionales, a expensas de los ciudadanos, de la sociedad incauta. Está tan desacreditada la actividad política colombiana, que nada tiene de extraño que algunos especímenes bolivarianos propongan otorgarle oficialmente estatus político a esa banda de asesinos narcotraficantes, mal llamada guerrilla.
A todas estas, es preferible buscar aire fresco en un pueblito encantador y apacible acantonado, deliciosamente, en el lomo altivo de la cordillera, Filadelfia, por ejemplo. Se trata de una auténtica reserva natural de la esperanza bajo cuya sombra acogedora y optimista es improbable renegar de algo.
Apostilla: Palabras del saliente director de la Policía Óscar Naranjo, en reciente reportaje: Quisiera irme unos días de Colombia, por respeto a mi sucesor y para rescatar completamente a mi familia. Eso sí, puedo declararme disponible para que mi experiencia se pueda usar en el mundo de la academia, o en el de organismos multilaterales.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015