Camilo Vallejo


Empieza a cansar que la discusión sobre la fiesta brava siempre sea un intento de exclusión, de imposición, de desencuentro absoluto. No hay entendimiento de nada. Cada uno impone lo que cree a su modo: el antitaurino impone su moral mientras el taurino impone su permanencia. Al final al que gana no le importa lo que el otro tiene por decir, ni el lugar al que queda confinado.
Esta oposición radical de no querer generar entendimiento no está mal, todo lo contrario, es válida en un proceso político real y originario. Sin embargo, si el fin es fortalecer los lazos de una comunidad heterogénea y nutrir la variedad de una cultura compartida, quizás valga la pena intentar poner la discusión en un nivel en el que la disputa se dé con valores que ofrezcan entendimiento y no con razones que busquen someter a las demás. Pero ojo, no se trata de acabar el conflicto poniéndonos de acuerdo sobre el punto, se busca es convenir que lo que defiende el otro puede no ser correcto pero sí válido.
Desde la óptica de la defensa taurina -que es la que puedo ofrecer- surgen propuestas de disputa con las que se reconozca la validez de la posición del otro. Comienzan por invitar a dejar de discutir si la tauromaquia, por sí sola, es buena o mala; seguir así es mantener una palabra contra la otra y terminar acudiendo a las definiciones altamente excluyentes del Estado.
Hay que pasar a discutir alrededor de otros factores que acompañan este tema. A veces la validez ética o estética de algo no surge de las condiciones del objeto en sí, sino de los elementos o hechos que lo circundan y lo explican. Hoy, por ejemplo, los taurinos hemos propuesto discutir si es adecuado o no que nos excluyan por percibir distinto; en eso se ha ahondado suficiente. Pero qué tal si discutiéramos también, por dar otro ejemplo, sobre el elemento de la violencia que está presente.
Desde sus inicios se tachó a la fiesta brava de violenta, y por supuesto que lo ha sido; esto puede concedérsele a los antitaurinos. ¿Qué otra cosa puede esperarse de un combate, de una creatividad que se templa a punta de fuerza y de un final que siempre sangra? El hecho para el taurino es que en esto no debería haber escándalo, pues la violencia está más presente y más justificada de lo que se cree.
Hasta el más mínimo acto de creación, de irrupción, requiere de violencia. Violentamos cuando hablamos, cuando comemos, cuando imaginamos e inventamos, cuando revelamos una historia desconocida, cuando amamos. Pero esta violencia en su mayor parte la aceptamos al percibirla como normal. La que condenamos es esa que se presenta en los niveles que desbordan lo aceptable: la del asesinato, la tortura, la agresión, la masacre, la violación, etc.
Entonces las corridas de toros se condenan como actos violentos no tanto porque en ellas haya violencia, sino porque con facilidad representan lo que se ha definido como intolerable de ella: la muerte, la sangre, etc. Lo muestran de manera explícita, sin elusiones, precisamente porque esta violencia tiene un sentido allí. Pero aún siendo así, no debe condenarse la fiesta brava hasta excluirla de la comunidad o hasta compararla con los actos atroces de un campo de concentración.
El caso es que hay actos violentos, con elementos que creíamos intolerables, que se han podido reconsiderar éticamente gracias a la discusión que se ha dado sobre su violencia y el papel que ésta juega, incluso sin tener todos que estar de acuerdo sobre ellos. Unos han llegado a catalogarse como menos graves, como es el caso de las luchas armadas revolucionarias en donde la violencia busca liberar de una opresión, y otros han llegado a aceptarse, como la interrupción voluntaria del embarazo en la que la violencia se presenta para dignificar la mujer y su autonomía.
Como se ve, los toros también dan para discutir sobre su violencia y su papel, y para considerar así su validez ética y estética. Con eso no se espera que los antitaurinos cambien de opinión para cerrar el debate, sino que al seguir debatiendo reconozcan la posición taurina, porque no es solo violencia. A partir de allí puede construirse algo que evite las imposiciones y exclusiones en una discusión que puede nunca acabar.
Habrá que estar abiertos a las propuestas de los antitaurinos para facilitar una discusión sin exclusiones. Prefiero pensar que su imaginación para proponer entendimiento va más allá de exigir corridas que prescindan de la violencia; eso es partir de corridas que no son corridas, es arrancar ya ganando la disputa.
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