Óscar Dominguez


Hace poco nos acostamos aliviados y amanecimos un segundo más ricos. Gracias, "Servicio internacional de rotación de la tierra", por el regalo recibido. Ahora habrá que buscar en qué gastárselo…
El asunto es simple y laberíntico: para ajustar los relojes con el período de rotación de la tierra, los científicos decidieron que tal día tendría un segundo más. Y punto. Para mis entendederas, el asunto es tan imposible de descifrar como la benemérita "partícula de Dios". O el misterio de la Santísima Trinidad que pone a prueba mi fe de carbonero.
Un segundo es más que un estornudo del tiempo. Uno solo no hace verano, pero súmelos todos y tendrá usted la eternidad.
Ya tenemos que responder cuando nos pregunten nuestras señales particulares al llenar algún formulario: Soy millonario en un segundo que no tenía.
Ni los multimillonarios Slim, Gates y Warren Buffett juntos, serían capaces de fabricar un segundo para regalar en aras de la responsabilidad social empresarial, el altruista truco que se inventaron los megaplatudos para hacerse perdonar su estrepitoso éxito.
El terceto puede comprar relojes que den la hora de la semana entrante, o regalar cien mil millones de dólares ¿pero un segundo de carne y tiempo? Imposible.
Sospecho que el Big Ben, perdón, el Big Bang, de donde venimos todos (¿), incluida la mujer fatal que nos electrocuta con su desdén, se produjo en un segundo. O fracción.
Pero hay un ejemplo más contundente sobre la importancia del segundo. Lo apreciamos cuando en las grandes transmisiones deportivas, la voyerista cámara de televisión sorprende a algún aficionado con las manos en la masa de su anonimato. O acompañado de la mejor amiga de su mujer.
Tan pronto el agraciado advierte que lo está observando la aldea global, sonríe, grita, patalea, se sale del pasaporte, porque descubre que acaba de tener, en una ráfaga de segundo, su warholiano cuarto de hora de fama sobre la tierra.
Por eso nada más, y "por ver pasar el tiempo", valió la pena vivir. Ya puede cerrar la tienda de su existencia, dar un glorioso parte de misión cumplida.
Hay una forma menos indolora, inodora e insabora de calcular la importancia de un segundo: ¿Qué tal que nos cayera encima del dedo gordo del pie un segundo del Big Bang, perdón, del flemático reloj Big Ben, que pesa 13,5 toneladas?
De niño me perdí en mi primera salida solo, después de pegar el grito de independencia de la falda de doña Geno, mi nonagenaria madre. Desde entonces, recuperar ese tiempo perdido se me convirtió en obsesión. Hasta cometí un "poema", Tiempo recobrado, que ojalá perdonen y olviden los valientes lectores que no han desertado:
De pronto me encuentro solo contra el mundo/ El barrio que habito me es hostil/ Las ventanas no me cuentan ningún secreto/ Los zaguanes me abruman con su silencio y su nada geográfico/ Me coquetean los cuatro puntos cardinales/ De la rosa de los vientos me llegan ecos/ Caminante: si encuentras esos segundos que duré extraviado de niño/ por favor, déjalos en la oficina de cachivaches perdidos más próxima a tu domicilio/ Allí se quedarán/ ¿Qué podría hacer con ese tiempo perdido encontrado?
Contrariando mi verso, del tiempo perdido descuento este segundo que nos acaban de regalar. A segundo.
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