Las paradojas que nos toca vivir: no obstante que desde hace días llueve casi que sin parar, los ciudadanos del mundo tenemos sed debido a nuestras necesidades de alimentos. Hay por lo menos 7 mil millones de personas para alimentar en el planeta; y para el 2050, la población se incrementará a cerca de 9 mil millones. Lo delicado del asunto está en que para poder alimentar a todas las personas es indispensable garantizar el acceso al agua tanto en calidad como en cantidad suficientes. Convendría pensar, me parece, en buscar alternativas para producir alimentos utilizando la menor cantidad de agua, así como reducir los desperdicios de comida y abrir caminos que nos permitan alimentarnos de manera más ecológica y sostenible.

Hoy 22 de marzo se celebra -debiéramos decir, se conmemora- el Día Mundial del Agua. El lema del año pasado era "el agua y la seguridad alimentaria". Para este 2013, la Asamblea General de las Naciones Unidas determinó que se le proclamara como el año internacional de la cooperación en la esfera del agua. Sea cualquiera el eslogan, lo cierto es que los seres humanos debemos entender que el vital líquido es un elemento fundamental para la erradicación de la pobreza, máxime porque de hecho la falta de acceso al agua por millares de personas, termina condicionando los índices de pobreza, y vuelven cada vez más precaria la situación del medio ambiente, de la salud y de la alimentación. Hay zonas en el planeta en donde los ciudadanos se ven obligados a pagar hasta con un tercio de sus ingresos por un poco de agua; esto sin dejar de mencionar que, en los niños y las niñas, la escasez de agua potable y saneamiento básico les representa problemas de desnutrición, lo que implica disminución de sus facultades cognitivas. Asimismo, algunos estudios revelan que poco más del 80% de los casos de diarrea infantil se deben a la deficiencia en el acceso al agua.

Este hecho se agrava todavía más debido a los cambios climáticos que terminan por incidir en los recursos hídricos. A pesar de las lluvias que por estos días sufrimos, sobre todo en los territorios andinos y del Pacífico, así como en el Eje Cafetero, y que, dicen los expertos en meteorología, se prolongarán posiblemente hasta junio, en muchas otras partes del mundo se presentará una sustantiva disminución de las lluvias anuales, lo que repercutirá en la disponibilidad y la calidad del agua.

Tal y como lo dije al principio, lo paradójico es justamente esto: que en amplios territorios se experimentarán fuertes sequías, mientras que en otros, lluvias excesivas y, por consiguiente, las inundaciones terminan por destruir cultivos y poner en peligro la producción de alimentos y la pérdida de ganado. Incluso, la Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura, FAO, ha sugerido que la seguridad alimentaria debe ser pensada como un indicador de la vulnerabilidad del cambio climático. No es difícil entenderlo: los sistemas de producción de alimentos y los ecosistemas de los que dependen, son bastante sensibles al cambio climático.

Con seguridad no estoy diciendo nada nuevo. Todo esto, lo vienen expresando desde hace mucho tiempo expertos y organizaciones internacionales. Hoy 22 de marzo, Día mundial del agua, propuesto y declarado por la Conferencia de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el Desarrollo, en Brasil/1992, es propicio para que resaltemos que desde las universidades la cooperación científica es vital para enfrentar el hecho de que el tema del agua es transversal a todos y a todo, y que se debe convertir en un factor trascendental para alcanzar los Objetivos del Milenio, ODM, al igual que buscar cómo garantizar la seguridad hídrica y un futuro sostenible y sustentable.

La situación es elemental, o asumimos iniciativas de cooperación en materia de agua para consolidar procesos de paz y de seguridad de los ciudadanos del mundo, garantizando la distribución justa y equitativa de los recursos hídricos, o nos morimos de sed.