Cristóbal Trujillo Ramírez


Es frecuente por estos tiempos, al comenzar el año escolar, escuchar las propuestas reiteradas, las recomendaciones y encargos de padres de familia y docentes hacia sus estudiantes, al recalcarles el gran propósito para este año en la escuela e, incluso, al ofrecerles a los chicos premios como recompensa si ganan el año, es fácil deducir que este "ganar el año" se ha convertido en la meta fundamental para el escolar. Si se logra este propósito, todo parece cumplido y superadas las expectativas; lo contrario, "perder el año", es sinónimo de fracaso, crisis, y hasta tragedia familiar. Analizada esta como la razón fundamental que justifica la presencia del niño en la escuela, considero que se transita con una mirada reduccionista de la educación, ya que tal propósito se logra con igual significación a través de programas de validación que resultan más económicos en términos de tiempo y esfuerzo, aún más, un título de bachiller en Colombia se obtiene solo presentando un examen ante el ICFES.
Ganar el año no puede ser el gran objetivo de los niños en la escuela, hemos tenido la oportunidad de observar experiencias que relativizan este propósito y que llevan a la escuela, a sus directivos, a sus docentes y por supuesto, a padres de familia y estudiantes a reconsiderar la tarea escolar en armonía con la esencia misma de la pedagogía. Hemos evidenciado chicos con excelentes desempeños académicos y, por lo tanto han "ganado el año". Sin embargo, han hecho de su vida cualquier cosa, porque son esclavos de la droga, la prostitución, la delincuencia, el abandono; algunos de ellos, habitantes asiduos de las penitenciarías de Colombia.
Estoy convencido de que cada uno de los lectores conoce por lo menos un caso de esta situación, cabe entonces, la pregunta: ¿para qué vale ganar el año si perdemos la vida? ¿En dónde quedaron las notas de algunos, refrendadas con pergaminos y menciones honoríficas? No son solo los exámenes de matemáticas, español, física, química, inglés y todas las demás áreas del conocimiento que nos demanda la escuela los que hay que ganar con suficiencia es, además, el examen de la vida, es la prueba social, es la apuesta laboral, es mi rol familiar, es mi vida sentimental, es mi actitud frente al vicio y el placer, es mi expresión personal por medio del arte, el deporte y la cultura, es mi apuesta espiritual, es mi desempeño como sujeto político, es el ejercicio de mi autonomía y mi responsabilidad, es la calidad de mis decisiones, es el examen de la vida misma el que hay que ganar con notables resultados.
La escuela es solo un laboratorio que nos prepara y nos catapulta hacia el éxito. En la escuela los profesores, los padres de familia y los estudiantes unidos, lucharán para que todos estos factores se alineen, favorablemente.
Invito, entonces, a todos los actores de la vida escolar a darle el verdadero sentido al propósito fundamental de la escuela, que no sea solo ganar el año por promover algunas áreas o asignaturas mediante algunos exámenes; que todos hagamos una apuesta porque la escuela sea, además, un laboratorio de vida, que la escuela se abra de par en par a la realidad cotidiana; que sean los vientos del acontecer del mundo los que aireen permanentemente los espacios de la clase, y que sea la calidad de las decisiones la que dé cuenta del nivel de promoción que tienen los estudiantes.
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