Jorge Enrique Pava


Empezaron las campañas políticas en Caldas y, como era de esperarse (y ya se había anunciado), los señalamientos, el desprestigio, las ofensas y los ataques personales y aleves no tardaron en llegar.
El senador Mauricio Lizcano empieza la contienda enfilando sus baterías en contra de la coalición barco yepista, mediante la acusación directa de que ellos se vienen robando el departamento durante más de cincuenta años. ¡Y ahí fue Troya! Las respuestas de los aludidos fueron inmediatas y, curiosamente, no dejaron muy bien parado al congresista Lizcano; es más, diría que salió como primer perdedor en esa batalla. Los segundos perdedores fuimos Caldas, la política departamental, los electores, los ciudadanos, y aquellos que somos flanco del irrespeto verbal y de esa guerra que nos afecta a todos por igual, pues cuando se degrada la política se incrementa el abstencionismo, y eso les permite a los mismos mantenerse en el poder por tiempo indefinido.
Fueron argumentos contundentes los que aludieron a la militancia de Óscar Tulio Lizcano (padre del senador Lizcano) en el partido conservador yepista durante sus largos años de actividad política. Y la forma como el mismo senador Lizcano acudió a Ómar Yepes en busca de un respaldo específico para su padre como candidato a la gobernación de Caldas. ¡Esa es la doble moral de algunos de nuestros políticos, que llena de apatía y de rechazo a una actividad que debería ser el soporte de nuestra democracia!
Porque, independientemente del concepto personal que tenga en relación con la hegemonía ejercida por la aludida coalición en Caldas, esas acusaciones irresponsables emitidas por quien directamente ha salido favorecido en su vida personal y familiar por los mismos grupos políticos que hoy trata de ladrones, le debería impedir, por lo menos, referirse a ellos en esos términos, ya que él y su propio padre quedarían enlodados con los actos supuestamente cometidos.
Repito: esa es la doble moral. Y eso es lo que repudiamos con vehemencia y claridad. Y lo digo sin ambages y asumiendo los costos que me pueda acarrear esta posición, pues los ciudadanos no podemos guardar silencio ante estos comportamientos, máxime en momentos tan delicados para nuestro departamento. Cualquiera es libre de militar en el partido que le plazca; y es libre de ser adepto a quien quiera en materia política y personal. Eso está dentro del fuero íntimo y dentro de los derechos fundamentales. Pero no tiene lógica ni puede ser aceptable social ni políticamente que los supuestos ladrones del departamento sean del agrado del senador Lizcano cuando de lucrarse de ellos se trata, pero pasen a ser repudiables cuando ya no pueda obtener sus beneficios. Le pasa lo mismo que con su posición política cuando se declara seguidor acérrimo del presidente Santos, pero invoca en provincia su amistad e influencia sobre el expresidente Uribe , con el objeto de obtener beneficios de ambos poderes.
Podrá pensar el lector que estoy ejerciendo una defensa de la coalición yepobarquista. ¡Y de una vez dejo claro que no! No se trata de defender a nadie ni de servir de abogado de oficio de nadie. Se trata de decir las cosas con claridad, pues en los políticos debemos esperar, por lo menos, coherencia y actitudes sensatas. Y acusar de ladrón a otro (sin pruebas, sin fundamentos o con el peligro de convertirse en posible cómplice) para causar efectos mediáticos y réditos politiqueros termina causando un daño social de irreparables condiciones.
De manera pues que en estas actitudes del senador Lizcano, veo más unos actos de degradación personal y de desespero electoral que unos de coherencia y beneficio social. Bueno sería que aprendiera de parlamentarios como Juana Carolina Londoño, Adriana Franco y Hernán Penagos, quienes con creces se han ganado el reconocimiento del pueblo por sus labores ejercidas en estos años en el Congreso de la República. Pero le falta demasiado al Senador, pues con el tiempo, en vez de morigerar sus ímpetus y de moderar sus impulsos, se ha enceguecido en su soberbia y ha disminuido en su contundencia.
Los ciudadanos estamos cansados de la doble moral, del maquiavelismo, de la política sucia y de la incoherencia de nuestros líderes. Por eso es necesario pensar en una renovación política en el departamento, bajo unos parámetros de lealtad aún con sus contrincantes y de reconocimiento sincero y público a quienes trabajan por su región con actos tangibles y demostrables.
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Escribo estas líneas a sabiendas de las presiones que viene ejerciendo el sector adepto a Mauricio Lizcano para que se me impida interactuar en algunos medios de comunicación. Y les digo de frente y con claridad: si tienen forma de controvertirme, háganlo con argumentos y por encima de la mesa; no acudan a golpes soterrados de poder para coartar mi derecho a la libre expresión, pues el atentar contra ese derecho fundamental es lo peor que le puede pasar a la democracia. En estos actos también predomina la doble moral.
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