Óscar Dominguez


Desde donde veo pasar el tiempo y el viento, su contemporáneo, observo también el edificio Space, de Medellín, herido de muerte. Hay un estruendoso vacío en la derrumbada torre donde alguna vez se alojaron amores, miedos, sustos, penas y alegrías, proyectos, ilusiones, amaneceres, ocasos.
Allí "vivían" también todos esos cachivaches que nos acompañan en este paseo de olla que es la vida: neveras, álbumes con la foto de la primera comunión y del último desamor, sofás para horizontalizar la pereza, la licuadora toreada en mil jugos, clósets para esconder amantes, camas para sí fornicar, libros subrayados en párrafos certeros que nos ahorran visitas al sicoanalista.
Mejor dicho, todas esas cosas que tomadas de la mano forman la cotidianidad, verdadero regalo de los dioses. Cuando nos falta es como si nos hubieran quitado la escalera. Mientras la tenemos, la cotidianidad es una convidada de piedra, apenas reparamos en ella.
Lo del Space les está ocurriendo a los habitantes del Continental Towers, otro complejo también evacuado por quebrantos similares. Y faltan datos de varios municipios.
El tsunami Space nos conmueve y seguirá estremeciéndonos. La tragedia resucitó en mí restos del latín olvidado para rezar un responso apretado por quienes no nos acompañarán más en este valle del Aburrá, convertido en valle de lágrimas, de estupor, de preguntas. Ellos murieron por quienes seguimos en la pasarela vida.
También las mascotas del Space vivieron su octubre negro. Cuando salían de las ruinas en brazos de los rescatistas, insólitos samaritanos enrazados en kamikazes, daban un perplejo parte de supervivencia. Un gato recién rescatado del mar de concreto parecía proclamar: ¡Y me quedan seis vidas!
¿Preguntas? Todas. Como la del niño de dos años que le pregunta a mamá dónde están sus juguetes. O las que nos hacemos los profanos: ¿Cómo pasan estas cosas si se supone que los constructores conocen su oficio? ¿Interventores, diseñadores, arquitectos, curadores, caparon clase en la universidad en aras del billar?
¿O por ahorrar y aumentar ganancias, los constructores mintieron al escoger materiales? ¿Los calculistas se la pasaban más en el bar o en Lovaina que en el aula? ¿Lo ocurrido no es un memo de la tierra herida en protesta por esa babel de concreto que se viene construyendo en las atiborradas lomas?
Mi solidaridad con los afectados quienes desde la disneylandia de su fugaz hotel de varias estrellas, o alojados en casas de familiares y amigos verdaderos que nunca fallan, observan cómo la cotidianidad, la rutina, se les deslizó de entre las manos. Toco madera para que la recuperen pronto. Tienen con qué: la vida que conservaron.
No solo en Medellín, en muchas ciudades colombianas se ha desatado una natural paranoia. Aparecen edificios con fisuras aquí y allá. Los propietarios de sectores populares con similares problemas apenas son atendidos. Bienvenida esa paranoia: más vale estar vivos con paranoia, que cargando gladiolos sin ella.
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