Óscar Dominguez


El presidente Obama vino, vio, nos bebió, durmió y "TLCió" en Cartagena. Todo por cuenta nuestra. (Y no puso conejo, como sus emproblemados gorilas-guardaespaldas).
Por la atención que le brindamos, exigimos tratamiento preferencial para que no tengamos que pelar cocos con la uña a la hora de gestionar la visa.
Ya Brasil, previa visita de la presidenta Dilma, logró reducir a un 40% el tiempo para adjudicación del papelito ese que les permitirá disfrutar del insomnio americano. Y gastar, gastar, gastar.
Una amiga relató el vía crucis que padeció cuando fue a solicitar la visa para gastar en USA:
Ante todo, contó, hay que hacer la inevitable cola para ingresar a la tierra prometida del búnker de la embajada. De paso habrá que aguantarse las ganas de protestar cuando empiezan a llamar gente del gajo de arriba para que pase sin el fastidio de hacer fila. Los nervios empiezan desde la noche anterior. Sueña uno con la entrevista, si logra dormir. Si no duerme, tiene pesadillas despierto.
El terror-pánico te hace llenar mal el formulario. Mi adorado Epaminondas (nombre cambiado para despistar a la CIA) escribió donde le preguntan por el sexo: femenino.
Cuando uno llega a la embajada, con los mejores chiros para impresionar, los nervios te traicionan. Te reciben muchachas colombianas aceleradas, un tanto prepotentes, que revisan los formularios. Le dicen a uno en letra pegada lo que debe corregir.
Preguntan cuáles vienen por convenio, cuáles recomendados por alguna empresa. Nos colocaron unos papelitos color azul en la camisa. A otros les toca color verde, amarillo, una X.
Y empezamos a andar de Herodes a Pilatos. La siniestra ventanilla tal es para los de convenio. Nos paramos ahí como hora y media.
Una vez en la ventanilla revisan pasaportes, registro civil de matrimonio, registros de los niños, verifican firmas, adn, tamaño del dedo gordo, pedicure, fotos. El gran hermano en acción.
A mí me hicieron repetir la foto porque tenía mucho pelo en las orejas. ¿Por las orejas conoceréis a los que delinquen? Parece. Y a entregar de nuevo el pasaporte. Tocó hacer fila para la huella digital. Menos mal a nadie se le quedó la huella en casa.
Nos quedamos "estatua" otras dos horas para la entrevista que finalmente nos haría una rubia sin historia y sin glamour. Nos atendió una que tenía sonrisa de gato que jamás volveremos a ver. Sin mayores elementos de juicio, ella decidirá. Si amaneció de mal genio, o me mechonió con su gringo, adiós al añorado viaje a Orlando.
Interrogó a mi marido. A su lado, firme, con enigmática sonrisa de Monalisa, yo aparentaba seguridad.
La doña se ponía los dedos en la boca, miraba a la pantalla, buscaba y miraba a "Epami". Suspenso a lo Hitchcock.
Le preguntó si había tenido líos con la justicia americana o colombiana. Lo miraba a los ojos, como enseñan en Harvard para pillar mentirosos. Mi cuchicuchi estuvo fenomenal. Lo amo. ¡Buscaremos el niño!
Al final dio el veredicto: Pasen a Domesa, la empresa de correos que también hace su agosto.
Salimos con sonrisa catedralicia a gastar celular para darle el "positivo" a la familia en Medellín, Miami e intermedias. Termina la odisea. Gracias a Dios no se perdió el tiempo ni los miles de pesitos invertidos. Mickey Mouse está a la vuelta de la esquina.
(Y que ahora no vayan a utilizar parte de la platica que nos ordeñan en la construcción de bombitas para sus inútiles guerras. Y perdón por la redundancia).
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