Jorge Alberto Gutierrez


"José Arcadio Buendía, que era el hombre más emprendedor que se vería jamás en la aldea, había dispuesto de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna casa recibía más sol que otra a la hora del calor", con estas palabras de Gabriel García Márquez tomadas de "100 años de soledad", inicié la presentación de la exposición de Arquitectura Colombiana en New York, ante el cuerpo diplomático acreditado en las Naciones Unidas en septiembre del año 2000.
Una vez acabados los discursos y actos protocolarios, se suscitó un acalorado debate sobre los problemas comunes de las ciudades latinoamericanas, entre los que vale la pena destacar el contenido de este artículo.
Colombia como la mayoría de los países de la América Latina, ha tenido en las últimas décadas un proceso de urbanización vertiginoso. Acosados por las arcaicas estructuras sociales en las tierras agrícolas, por la violencia y "expropiación de sus tierras" o atraídos por la industrialización del país, los habitantes del campo se han precipitado a las calles de las grandes ciudades, una avalancha de seres humanos que las urbes, otrora dimensionadas para los requerimientos de la colonia española o portuguesa o de las colonizaciones del siglo XIX, no han podido incorporar de manera coherente a sus estructuras sociales y urbanas.
Las habitaciones palaciegas de sus cascos históricos, han sido abandonadas dando paso a casinos, negocios de "mala muerte", y lupanares atiborrados de "putas tristes"; los funcionarios y ejecutivos que laboran en estos mismos centros en los palacios del gobierno y las sedes bancarias, se esconden al llegar o salir de los históricos lugares tras los vidrios polarizados de sus carros de lujo. Pero no son solo los centros urbanos el objeto de su indiferencia, es la ciudad toda. Existe una actitud enajenada o autista que busca desconocer la realidad llegando a su punto más alto, cuando por fin se traspasa el umbral de esos paraísos artificiales, construidos en sectores consolidados de la ciudad o en las periferias urbanas llamados eufóricamente: "Conjuntos Cerrados".
Con el pretexto de la seguridad, ha proliferado la construcción de éstos guetos. Como el avestruz, nos hacemos la ilusión de que por fuera de los barrotes y las concertinas no pasa nada, eludiendo, mientras se agravan los problemas de orden social y por supuesto postergando indefinidamente cualquier solución. Lo más grave aún es que la segregación y la exclusión social, que son en el fondo la explicación del fenómeno, se campean a sus anchas, como si no nos hubiéramos percatado de que estos barrotes en apariencia inertes están dividiendo y subdividiendo en grupos cada vez más reducidos todos los estratos sociales del hemisferio sur de un continente.
El conjunto cerrado es una de las expresiones urbanas más agresivas de los grandes problemas sociales que vive América Latina, por excluyente, porque sus límites le roban a la ciudad la posibilidad de contar con espacios y equipamientos públicos adecuados para una decorosa vida civilizada, puesto que éstos también son confinados, privatizados.
Entiendo que en las periferias urbanas haya necesidad de protegerse por la vulnerabilidad inherente al campo abierto, pero en los sectores urbanos consolidados, o en proceso de hacerlo, es inaudito que la ciudad pierda su esencia democrática y plural para convertirse en una suma de pequeños "clubes" inconexos de donde se sale a los parqueaderos de los sitios de trabajo y de allí a los parqueaderos de los centros comerciales y así sucesivamente.
En Macondo con la llegada de los norteamericanos de las plantaciones, aquellos que instigaron la matanza de las bananeras, llegó también el "American way of life" y en la aldea de portones abiertos, se encerraron con sus "prados azules" y sus canchas de tenis para evitar que los hijos de los fundadores, los nativos y los que llegaron más tarde atraídos por la "bonanza" agrícola no perturbaran el solaz de sus mansiones de palma.
¡Elija usted su propio mundo! reza una valla en las afueras de la ciudad de Guayaquil, en Ecuador, que tiene por objeto describir y estimular la compra de casas en conjuntos bautizados con nombres como New York, Sidney o París; en uno de ellos existe en versión libre ¡La estatua de la Libertad!, y sus calles con nombres como Park Avenue, Quinta Avenida, Boulevard Raspail, entre otros, empiezan a ser cotidianos entre los vecinos y muy especialmente en los que habrán de regir los destinos del país: los niños, que comienzan la vida en estos reductos de oropel. En la ciudad de Buenos Aires el fenómeno alcanza resultados alarmantes por lo peligroso que se ha tornado el "mundo exterior". Se construyen en estos "country" pequeñas iglesias u oratorios, para que el dios todopoderoso, cuya esencia es el amor llegue allí directamente, sin tener que codearse con tanto pobre suelto que anda por ahí. En Brasil la situación es aún más dramática.
En Manizales sobre su vía arteria más importante existe el conjunto cerrado "La Estación". Es inverosímil que se le pueda arrebatar a la vida urbana un tramo de esta magnitud, y no pase nada. Ni las escuelas de arquitectura de la Universidad Nacional y La Católica, ni las asociaciones de arquitectos alerten sobre el peligro que encierra una ciudad así. Hasta económicamente es incomprensible que el eje comercial por excelencia cuente con una cerca en la mitad del recorrido. En la cercanía del centro comercial Sancancio hay un conjunto también cerrado, encima de cuya cerca de barrotes filudos reposa una concertina que da la vuelta, como en la mejor de las cárceles de alta seguridad que hay en el país…
El POT cuya tarea está liderada por la Administración Municipal, debe definir con claridad cuál es la opción de desarrollo que le compete a la ciudad, si queremos alcanzar competentes niveles de bienestar, hay muchos comerciantes al acecho.
A propósito: Oí en estos días en un noticiero de televisión, y no es la primera vez, que un muchacho de escasos 17 años había sido asesinado por traspasar una de las barreras invisibles en que está dividida su "estructura" barrial.
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