Guillermo O. Sierra


Se celebraron recientemente en Manizales los 91 años del Tribunal Administrativo de Caldas, y de paso los 100 años de existencia del Consejo de Estado. Ambos acontecimientos relevantes, máxime si se piensa en que la idea es ratificar y consolidar la trascendencia de la independencia de las ramas del poder público. Es muy importante que los ciudadanos de ‘a pie’ sepan que pueden contar con un poder encarnado en el Contencioso administrativo que atiende sus demandas de manera rápida y eficiente.
Cabe recordar que la justicia administrativa en Colombia empezó con la Ley 130 de 1913. Y durante todo este siglo la lupa que usan los jueces les ha permitido contener los desmanes de quienes han actuado en la administración de la cosa pública y resarcir a los ciudadanos de las fallas del Estado. Y así debe seguir, sobre todo porque la jurisdicción de lo contencioso administrativo, junto con el Consejo de Estado, son las únicas entidades que en Colombia pueden controlar la actividad de la administración, lo que implica que son los garantes de la consolidación y preservación del Estado Social de Derecho como una herramienta fundamental de la democracia.
En el marco de la justicia, en un país en donde pareciera que la memoria no existiera, hay que hacer ingentes esfuerzos por mantenerla viva, máxime porque esta refiere los esfuerzos colectivos de millares de ciudadanos, por reconocer y no olvidar con el tiempo las gravísimas violaciones a los derechos humanos. Estos esfuerzos, ciertamente, le dan voz a sociedades que han estado sumidas en el miedo, la desesperanza, para romper los infinitos silencios impuestos por largos períodos de represión, conflictos y vulneraciones a lo más fundamental de los seres humanos.
Uno tiene que recordar permanentemente experiencias como los incansables trabajos de las Madres de la Plaza de Mayo, en Argentina; y los esfuerzos estatales de la Comisión Nacional de Desaparecidos con su valioso informe denominado "Nunca Más". Estos dos ejemplos, son el botón de la muestra de la negativa de las víctimas, sus familiares y amigos a seguir en el mundo del silencio.
Cuando la memoria se escribe y se la registra en las calles y en los tribunales, se convierte en un invaluable referente histórico de los ciudadanos, al igual que en una evidencia empírica de la construcción de una conciencia e identidades comunes. La memoria colectiva, entonces, se convierte en memoria histórica. Esto es importante mantenerlo presente, incluso en contra de aquellos que piensan que por las complejidades de la memoria colectiva, es preferible olvidar y no confrontar los pasados.
Me parece que el gran reto de las Cortes, de los altos tribunales, del mismo Consejo de Estado, encargados de estudiar con filigrana las graves violaciones a los derechos humanos en todos los niveles, es no permitir nunca que los ciudadanos de ‘a pie’ se sientan abandonados a su suerte. Cabe traer a colación que el Sistema Interamericano de Derechos Humanos (Comisión y Corte), han contribuido sustancialmente desde la justicia a la memoria. La Corte ha dicho de manera vehemente que los tratados internacionales de derechos humanos son instrumentos vivientes y que su respectiva interpretación debe adaptarse a la evolución de la época actual. Muchos movimientos protagonizados por cientos de ciudadanos tienen, en estos informes de la Comisión, un referente histórico del desarrollo social, político y jurídico de América Latina.
Agrego, además, que la reparación de las víctimas de graves violaciones a sus derechos, tiene lugar en los estrados judiciales, en donde hoy, por fortuna, los ciudadanos pueden verle el rostro humano a la justicia. Todo indica la enorme ventaja no solo de que los jueces puedan actuar sin dilaciones, sino que se pueden sentir protegidos de manera integral y digna. Verle la cara al juez conlleva el hecho afortunado de que es posible sentir que las sentencias buscan honrar a las víctimas, al igual que restaurarles la dignidad y la reputación.
Si recordamos que por lo menos 850 millones de personas en el mundo viven debajo de la línea de pobreza, si no olvidamos que millares de niños y niñas mueren diariamente de hambre, si mantenemos presente que todos los días se atenta contra el futuro del Planeta, es porque quizás -y esto, por supuesto, es una esperanza mía- estemos pensando que el mundo no requiere de nuevas regulaciones que perpetúen al gran Capital. Me parece que son necesarias alternativas desde la perspectiva de construir un mundo más equitativo y ecológicamente sostenible. Estoy convencido de que es urgente visualizar un horizonte cristalizado como el gran relato en el que quepamos todos. Hay que desgranar estrategias para conseguir correlaciones políticas, sociales, económicas y culturales, que permitan derrotar las causas de la debacle que estamos sufriendo en la actualidad.
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