Camilo Vallejo


En Caldas ya no queda silencio. Vamos de caravana en caravana, de tablado en tablado, con megáfono en mano, y en la otra mano, creyendo que mientras más subimos el volumen mejor nos oyen y mayor número de gente se reúne alrededor. Saltamos de una furrusca a otra, de protagonista en protagonista, siempre a la espera de que haya al menos alguien para alentar o amilanar.
Es Caldas, donde se va de una elección a otra, buscando a toda hora a quién regalarle o venderle el voto. Buscando a quién pedirle qué, un ‘contratico’ o una ‘cuotica’; a quién recibirle cómo, una ‘gestioncita’ para el barrio; a quién reclamarle cuándo, cuando liberen la ‘platica’ del presupuesto; a quién desviarle cuánto, una ‘comisioncita’ del 10 o del 23; a quién sugerirle quién, para el ‘carguito’ vacante. Siempre en diminutivo, para no usar las palabras como son, evadiendo el verdadero nombre del mal, y para ponerle un velo a la sospecha.
Es la bulla, la electorera, la estruendosa que no deja oírnos y nos obliga hablar de votos, de afiches, de camisetas, de cuotas, de coalición A, de coalición B, de gabinete, de la muerte política de Ómar Yepes, del nuevo cacicazgo de Luis Emilio, siempre haciéndonos creer que eso es hablar de lo verdaderamente político. La bulla es el diario: de la campaña se pasa a la elección y de la elección a la nueva campaña, sin tiempo para bajarse del bus politiquero que lleva y trae, que fascina a los que quieren ir y venir, pero que tira por las ventanas a los que no le creen ni lo quieren.
No hay tiempo de pensar el porvenir porque ese presente electorero, bullicioso, permanece inacabado. Votar no es un derecho sino un oficio y las elecciones son una rutina que hasta practicamos a destiempo, como esta última, para gobernador, que sacamos de la manga haciendo el truco en el momento preciso (y eso sin contar con que ya hablan de las parlamentarias, que están encima). Pareciera que aquí solo quedara marcar las equis sobre las caras del tarjetón hasta que venga el juicio final y nos condenen, hasta que venga el Diablo del Ingrumá y escoja, hasta que los espíritus indígenas del Kumanday nos borren de su historia porque no fuimos nada digno de contar.
Dejamos de saber lo que es vivir sin bulla electorera y olvidamos que con los silencios, como en la música, también se puede componer. Vivimos "en una sociedad que parece temerle al silencio, que no lo cuida, no lo regula, no lo respeta" y "cuando hay tanto ruido ya nada se puede oír, pero sobre todo, ya no nos podemos oír a nosotros mismos", dijo Piedad Bonett en una de sus últimas columnas de El Espectador.
Con algo de silencio podríamos oírnos para hablar de lo que queremos ser, como hacia cuál desarrollo apuntar; oírnos para construir cosas en común, como imaginar de una vez por todas una región; oírnos para ver si por fin entendemos todo lo político que hay en ese 70% de abstencionistas e indiferentes, que guardan sus proyectos de comunidad pero que hoy la bulla les sirve de excusa para no contarlos y huir.
Con el silencio dejaríamos de practicar la política y empezaríamos a ensayarla porque, como dice Richard Sennett, retomándolo de la música, practicar es un acto solitario pero ensayar es uno colectivo. La bulla, que es lo electoral y burocrático que nunca termina, es solitaria porque acaba por ensimismarnos y entonces el conjunto es apenas una suma de individuos, lo que está lejos de ser una comunidad.
La bulla no es para encontrarse sino para arrumarse, no es de gente que construye desde la discusión de sus diferencias sino de gente que se adhiere y empieza a comportarse igual. La bulla no es para compartir proyectos de conjunto, donde el beneficio sea para todos o al menos para los que más lo requieren, sino que es para que cada uno busque la mejor posición desde la cual ganar y ganar. La bulla hace parecer la corrupción como algo simplemente electoral, burocrático e institucional, pues no deja tiempo para ver que se basa en una forma de ser y de pensar políticamente. La bulla no es creativa, es repetición.
Tendremos que seguir viviendo la bulla de vez en vez, lo importante es siempre saber reclamar su reposo, encontrar que la política surge cuando los silencios, que dejan oír(nos), hacen que la bulla encuentre una cadencia, un sentido.
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