Álvaro Marín


Hasta los meses ya no son como los de antes. Tradicionalmente, con mayo se advertía el advenimiento de una temporada olorosa a ascensiones, a madres, a vírgenes y a cruces. En otros tiempos, también crecía la expectativa alrededor de la famosa borrasca de mayo, algo así como si los arroyos de Barranquilla se desparramaran por todos los rincones del país, en cumplimiento de una pavorosa agenda invernal. Ahora, ocurre que las temidas borrascas se dan a tutiplén a lo largo y ancho del año, sin importar si hay temporada seca o invierno moderado.
Por fortuna, para enfrentar esas vicisitudes propias de la naturaleza ya existían antídotos infalibles, fruto, a su vez, de antiguas devociones ancestrales. Así por ejemplo, desde los primeros días de mayo se renovaba la veneración a la Santa Cruz, cuya esquemática figura se abría camino en la intimidad del hogar y colonizaba terreno en los solares veredales. ‘Por esta cruz de mayo no pasa ni un caballo’ rezaba la admonición popular para conjurar toda suerte de riesgos y amenazas.
Como si los anteriores actos de fe fueran poco, el 13 de mayo ya estaba signado por la solemne celebración del remoto suceso de Cova de Iría, en donde se produjo la memorable aparición de la Virgen a los pastorcitos de Fátima. Así las cosas, mayo aún conserva una fragancia de santidad, que acaba de refrendarse y potenciarse con la entronización de la madre Laura Montoya en el catálogo de los cristianos más virtuosos. En efecto, la colombiana ejemplar acaba de ingresar con todos los méritos al ‘Salón de la Fama’ de la Iglesia Católica, una especie de ‘Nobel del catolicismo’ o, dicho de manera más frívola, la valerosa y revolucionaria maestra paisa entró plenamente en la ‘autopista de la santidad’ según lo afirmó, en lenguaje cibernético e irreverente, un encopetado miembro de alguna cofradía católica.
Pero la idea es otra. El convulsionado mes de mayo, no solo ha sido húmedo y frío, sino que durante su agitado transcurso viene siendo pródigo en turbulencia política y administrativa en el entorno regional, para no ir más lejos. Por lo tanto, nos encontramos inmersos en la versión virtual o alegórica de una genuina borrasca de mayo. Ésta llegó como un frente frío y pernicioso al corazón de los caldenses de bien, que nuevamente vieron frustrados sus sueños de un gobierno departamental responsable e idóneo, decente y honesto.
El sensible episodio de nulidad de la elección de Guido Echeverri como gobernador de Caldas deja una nueva frustración en esta parcela maltrecha y abusada por una politiquería, tan abyecta como voraz, que durante las últimas décadas viene destrozando la geografía anímica, moral, ética y productiva del departamento.
Ahora bien, quienes pensaban que los simpáticos ‘reencauchados’ -los magos de la parodia en la comedia colombiana- habían desaparecido del panorama nacional, dada su inexplicable salida de la televisión, están muy equivocados. A raíz del desafortunado suceso del retiro forzoso o forzado de Guido, vuelven a hacerse visibles los autodenominados dueños de la política y de la burocracia regional. A la manera de un malabarismo perversamente calculado reaparecen los sombríos dueños de la finca, prestos y acuciosos a señalar quién debe ser el mayordomo o el casero de este menguado predio comarcano, que produce dividendos exclusivamente para los detentadores de la nómina y el presupuesto, como si se tratara de una franquicia nociva, sin límite en el tiempo y en la paciencia ciudadanas.
De cara a un oneroso proceso electoral atípico, y en medio de esta barahúnda de interpretaciones jurídicas y de la sutileza de legitimidades e inhabilidades, solo queda evocar una figura retórica que nos recuerda que no todo lo legal es justo ni todo lo justo es legal.
Gracias, Guido, valió la pena volver a soñar. Por lo pronto, que Santa Laura nos tenga de su mano para no caer en las garras -viejas y nuevas- de los lobos hambrientos de poder. Amén.
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