Jorge Raad


El fin del ejercicio de la medicina es el ser humano. No tiene discusión. Se denomina una verdad incontrovertible. Y, si se quiere analizar en el contexto amplio del devenir diario de todas las personas: ¿Cuál es la meta final, aunque parezca una paradoja, de todas sus acciones? La respuesta llegará indefectiblemente al mismo sitio ya sea que termine en él, la familia, los amigos o la sociedad, como un ente total e indivisible.
Con lo anterior el ejercicio de la medicina humana tendrá como fin último a las personas sanas, aparentemente sanas y las enfermas, bajo cualquiera de las facetas en que pueda dividirse el trabajo médico ya sea mediante mecanismos directos o indirectos.
Para llegar a la comprensión de toda la teoría y tener elementos suficientes que le permita al médico avanzar hasta el ser humano de manera precisa o que al menos esa sea la intención, necesita indiscutiblemente del paciente y de la persona que no revele ninguna alteración en todo su ser o en uno u otro sistema o en uno u otro órgano. Con estos seres, podrá y hasta ahora no hay otra herramienta de mejor proyección, que le sea tan útil, para formarse finalmente como un buen médico.
La larga e interesante historia de la enseñanza de la medicina se remonta a la antigüedad. Su inicio no es posible ubicarla en una fecha determinada sino dentro de una época: Desde el siglo VI A.C. hasta el V D.C., mucho antes de la aparición de las reconocidas escuelas actuales.
En la época pretérita, se comenzaron a notar las transformaciones en la preparación de los neófitos en ciencia, técnica y porque no decirlo en el arte de curar porque esa era la misión de ese entonces. Hoy no basta con curar porque no siempre se puede y existen otros aspectos que deben aprender los médicos. Hay otros elementos que deben coexistir, muchos de los cuales se adquieren más que por instrucción directa, por formación que es una cualidad de los médicos, que se desarrolla paulatinamente a partir de cada persona.
Han existido muchas escuelas en el sentido de unas estrategias educadoras para enseñar y aprender medicina. Finalmente, para América las formas europeas con Francia, Inglaterra, Alemania e Italia fueron las más importantes como ejemplos y estuvieron presentes en los siglos precedentes al XX. En este llega la concepción norteamericana de la enseñanza de la medicina que duró tres cuartos de siglo en todo su esplendor. América tenía seguidores de todas las formas de la enseñanza de la medicina.
Aún con toda la tecnología que hoy existe, con los bellos, prácticos y completos modelos que se obtienen en programas y muñecos computarizados, que hacen muy fácil el aprendizaje de los conceptos teóricos, sigue haciendo falta el paciente. Ya no son necesarias largas jornadas, unas tras otras, con textos considerados hoy como reliquias por lo obsoletos.
Hoy las formas, el color y los sonidos, lo inundan todo. Sin embargo, cada vez está más lejos el paciente o la persona que se estudia y no revela ninguna enfermedad, ni física ni psíquica, para participar en la formación del médico.
La práctica médica comienza desde el instante en que inicia su estricta preparación, hoy es un decir en muchos centros de instrucción o aparente formación médica.
Los cadáveres son insustituibles en la proporción adecuada. Los pacientes son esenciales, nada ni nadie reemplaza al enfermo: Su figura; sus maneras; su modo de hablar o no; su sudor; su piel; su aliento; su configuración antropométrica; sus ademanes; sus ojos o su ceguera; su pensamiento abierto o encubierto; sus convicciones; su situación económica; su grado de instrucción; su defensa ante el estudiante o ante el médico o ante el sitio de atención ambulatoria u hospitalaria; su sueño o su vigilia; su situación ante el sistema de salud, ante la familia o los amigos. En fin, un enfermo es una unidad compleja que ha ayudado en cientos de años a la medicina y a que ésta pueda ser utilizada en los descendientes de los enfermos a manera de un acto solidario e irrepetible de cada quién para con la especie humana.
Nada se haría sin la presencia permanente del profesor dotado de vocación, ciencia, técnica, arte docente y jurisdicción médica sobre el paciente. Lo demás son pamplinas.
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