Pablo Mejía


Cualquiera que haya vivido su infancia en la década de 1960 va a recordar muchos momentos cotidianos al responder el test al que me refiero en esta oportunidad, porque se trata de situaciones y costumbres que eran comunes en cualquier hogar. Sin duda la existencia era más fácil, porque éramos prácticos y relajados, además la situación económica de las familias numerosas no permitía que la sociedad de consumo nos atropellara con su ilimitada oferta. Sigo pues con algunas preguntas que parecen tan obvias que me hacen dudar si habrá alguien de la época que no las reconozca.
¿Que si en mi casa había patio y baños con bidet? Pero claro, si en el patio no podía faltar el perro guardián. En la última casa que viví de soltero teníamos un patio amplio con árboles de feijoa, guayabas del Perú, moras, brevas y una mata de cedrón para las aguas aromáticas; rosales, veraneras y otras flores adornaban el entorno y debajo de las escalas teníamos la jaula para criar palomas mensajeras; además de un corral para engordar pollos. En los baños no podía faltar el bidet, mueble que desapareció porque en los apartamentos modernos con trabajo cabe el escusado. ¿Qué si presenté exámenes con regla de cálculo? La verdad es que nunca pude aprender a manejar ese trebejo. Por lo tanto no me quedaba sino esperar a que el compañero del lado hiciera sus cuentas y me soplara el resultado apenas el profesor diera papaya.
¿Qué si recuerdo quiénes fueron Montecristo y Los Tolimenses? Hombre, si todavía me río con sus cuentos y ocurrencias. En esa época la siesta era obligada con el radio sintonizando a Guillermo Zuluaga, quien con sus maravillosos personajes nos hacía gozar de lo lindo. Emeterio el de Los Tolimenses fue un tipo genial, porque su compañero Felipe lo que hacía era darle cuerda y seguirle la corriente. ¿Qué si utilicé pantalones de bota ancha fabricados con terlenka? Me parece verlos. Comprábamos el corte en el almacén de Juancho Rincón, en la calle 19, y cualquier sastre o costurera se encargaba de hacerlos. Eran descaderados y al principio quisieron imponerlos sin bolsillos, lo que no gustó porque se encartaba uno con las llaves y la billetera.
¿Qué si llené la libretica de etapas de la Vuelta a Colombia? Eso era religioso y además durante la competencia no hablábamos de otra cosa. Todos teníamos la libretica en el bolsillo de la camisa, donde se anotaba quién ganaba la etapa y demás datos de interés. Por aquel tiempo aparecieron los más pudientes del colegio con pequeños transistores y los novedosos audífonos, para seguirle la pista a Cochise Rodríguez, Pajarito Buitrago, Álvaro Pachón o al Ñato Suárez. ¿Qué si los domingos veíamos Animalandia? Claro, como todas las familias nos sentábamos al frente del televisor a ver a Pacheco decir las mismas pendejadas; Bebé, Pernito, Tuerquita y demás payasos; la lora de "A mí Gelada o nada"; Germán García con sus perros de Gegar Kenell; Hernán Castrillón y demás personajes del popular programa.
¿Qué si nos daban Mejoral? Lógico, si no había otro tipo de analgésico. Claro que las mamás preferían el elíxir Paregórico, un bebedizo amargo que nos daban diluido en agua con azúcar. El hecho es que al muchachito que se quejaba de cualquier dolor, desde una apendicitis hasta un uñero encarnado, le zampaban una dosis de esa vaina y el mocoso no volvía siquiera a parpadear en dos o tres días. Pues ahora que investigo descubro que el bebedizo tenía como base alcohol alcanforado de 46 grados, y cada onza del elíxir contenía 117 mg. de opio, lo que corresponde a 12 mg. de morfina. Hágame el favor.
¿Qué si usaba zapatos trompones y el pelo largo? Los zapatos que se impusieron a principios de la década de 1970 eran igualitos a los que usaba Luis XV: de tacón alto, trompones y con hebillas llamativas. Más feos que el diablo. Respecto al pelo, era la pelea de todos los días con mis padres; lo mantenía largo hasta los hombros, nunca me peinaba y cuando accedía a cortarlo un poco, yo mismo me motilaba frente al espejo del baño. Claro que todos los amigos eran iguales y para la muestra una vez que andábamos de paseo y al llegar a Cartagena, un policía le pidió a mi primo, quien manejaba el carro, que le mostrara el pase. Cuando ese corroncho vio la foto, se ranchó en que el documento era de una mujer.
¿Qué si en mi casa hacíamos helados de leche con azúcar? Ni riesgos, porque la leche era para tomarla al final de las comidas, acompañada de dulce de moras, ochuvas, cocas de guayaba, mamey o brevas caladas. En cambio en vacaciones mi mamá metía bananos engarzados en un palo al congelador y eso nos entreteníamos chupando hasta que se ponían babosos y negros. ¿Qué si tocaba darle cuerda al reloj todos los días? Si no, dejaba de caminar. Hasta que aparecieron los relojes automáticos, los cuales se recargaban con los movimientos que hacían quienes los llevaban puestos; esa vaina fue uno de los grandes descrestes de la época.
A estas alturas ya había superado las quince respuestas positivas que me califican de cucho, por lo que resolví aplicar aquello de: ¡deje así!
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