Álvaro Marín


Para que nadie se llame a engaños, no sobra advertir que la presente propuesta es ajena a cualquier círculo perteneciente a las sombrías facciones del extremismo, esas indeterminadas fuerzas oscuras que ahora configuran una tenebrosa mano negra, que tiene como misión ‘pastoral’ desestabilizar el progreso organizado y la convivencia civilizada bajo el mandato de un régimen de intriga, venganza, terror y sangre.
El hecho es éste: De un tiempo para acá, se volvió habitual que las noticias predominantes en nuestro país sean las de crónica roja, asuntos que en otra época eran relegados, con cierto pudor, a las últimas páginas de los diarios. Ahora, en cambio, ocupan las primeras planas de los periódicos y copan los titulares de la mayoría de medios masivos disponibles, cuya prioridad es el sensacionalismo que nutre el morbo, infla la audiencia y engorda la pauta publicitaria. Solo para variar, ese estruendo noticioso es matizado con innumerables sucesos sobre escándalos políticos, financieros, religiosos y sexuales. Ese es el menú del día a día que brindan los medios de comunicación. Hasta aquí, la nuestra parece una ‘extraordinaria nación’ poblada de rufianes, o, dicho de una manera más alegórica, de cafres, según el veredicto del inolvidable maestro Darío Echandía. Claro está, que en su momento, el venerable estadista tolimense se apresuró a ofrecerles excusas a los cafres.
A propósito de ironías, hace muchos años un agudo observador apuntó que Colombia era el país más bello y rico del mundo, pero que era una verdadera lástima ver lo mal habitado que estaba. Sin ser rigurosamente exacto, la avalancha de circunstancias desafortunadas en la vida colombiana lleva a pensar en un profundo desbarajuste no solo del orden público, sino en la institucionalidad nacional. Todas las modalidades de delincuencia -común, de cuello y delantal blancos, entre otros- han desarrollado insólitos métodos, calibrados con calculada desfachatez. Por ejemplo, el asalto criminal y continuado al tesoro público y, en particular, el saqueo a la salud de los ciudadanos más vulnerables, es prueba indiscutible de la degradación social y moral de una sociedad deshumanizada y de una dirigencia perversa e insensible, inspirada principalmente por un insaciable ánimo de lucro y de poder.
Ni asomarse al escenario de la política clientelista, en donde la mediocridad sentó sus reales para demostrar que cualquier don nadie puede transformarse en paradigma de la democracia, en aventajado legislador o en flamante padre de la patria, es decir, en representante genuino de nuestra insignificancia ideológica y ligereza ética. Así puede entenderse el penoso desprestigio del Congreso y la pérdida de credibilidad en deslumbrantes mesías de todos los pelambres, que protagonizan, sin vergüenza, la tragicomedia colombiana auspiciada por la prepotencia de unos pocos capataces privilegiados.
Y eso que falta pasar revista a la página sanguinaria de los asesinos y narcotraficantes de la ampulosamente llamada ‘guerrilla’. En los actuales momentos, estos trogloditas están brindando un irritante espectáculo de cinismo internacional con el propósito de alcanzar una legitimidad imposible. Su barbarie salvaje es digna precursora de las modernas bandas criminales, que para colmo de males son denominadas eufemísticamente ‘bacrim’, con la idea de suavizar la descripción, o darle triste categoría de marca, tal como hoy por hoy se estila en el mundillo del consumismo -¿Sabe usted qué es futsal?-.
En buen romance, nuestra joven república padece el síndrome del bolero: ansiedad, angustia y desesperación. Se encuentra dislocada en sus principios, descuadernada en su nacionalidad, desconcertada por el individualismo de sus apáticas mayorías. De allí, que se haga urgente rearmar su geografía anímica y mental, reinventar la emoción de ser colombiano y reconciliar con la tolerancia las pequeñas y grandes diferencias.
Y como, al fin y al cabo, soñar es gratis, ¡qué bueno que en Colombia la sangre vuelva a correr solamente por la venas! Ésa es la idea.
Coletilla: Reconforta el espíritu ver el positivo avance de la obra de pintura exterior del templo de Los Agustinos en Manizales, que rescata y realza su bellísima arquitectura. Pero como no hay dicha completa, ahora desentona más el adefesio de edificio injertado por los mismos Recoletos al pie del histórico monumento.
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