Cristóbal Trujillo Ramírez


Si realizamos un amplio conversatorio, no precisamente en foros de académicos o pedagogos autorizados, sino más bien, en sentido comunitario, sobre el papel primordial de la escuela, seguramente nos encontramos con un simpático y hasta paradójico menú de posibilidades acerca del "deber ser de la escuela": pulir, corregir, impulsar, instruir, tallar, educar, formar, enseñar; en fin, parece que cada una de estas expresiones verbales refleja una época, un concepto e incluso, una corriente del pensamiento pedagógico; cada una de ellas con sus seguidores y detractores como es normal cuando de ideologías se trata. Pero, permítanme expresar un concepto que, atrevidamente, pienso puede, por lo menos en principio, ponernos de acuerdo en tan trascendental cuestionamiento: se trata de la expresiva analogía de Erma Bombeck, la famosa periodista y escritora norteamericana. Esta prestigiosa mujer, cuyo primer trabajo fue escribir obituarios en el Journal Herald de Daytona, en uno de sus famosos artículos relaciona las cometas con la orientación escolar: "Te pasas la vida tratando de hacerlas volar. Corres con ellas hasta quedar sin aliento. Caen al suelo. Chocan contra los tejados. Tú las remiendas, las ajustas y les enseñas. Observas cómo el viento las mece y les aseguras que un día podrán volar… Finalmente vuelan. Necesitan más hilo y tú sueltas más y más, y sabes que, muy pronto, la bella criatura se desprenderá de la cuerda de salvamento que la ata y se elevará por los aires, como se espera que lo haga, libre y sola. Solo entonces, te das cuenta de que has hecho bien tu trabajo"...
Relaciono lo anterior, con la tarea educativa, la misma que es liberadora, no impositiva; emancipadora, no coercitiva; libre, no instruccionista; posibilitadora, no limitante; ella, educa, no dogmatiza. En esta bella comparación se grafican todos los esfuerzos de los buenos maestros, que se pasan la vida y buscan que sus estudiantes vuelen hacia el conocimiento, hacia los nuevos y precursores aprendizajes, se agotan en ese esfuerzo porque las respuestas, en muchos casos, no son las mejores; no obstante, vuelven y emprenden vuelo aún con remiendos y ajustes; a veces, con lágrimas de desaliento, pero con la firme convicción de que algún día, el viento de la vida los mecerá y las sanas corrientes de aire les conducirán por las infinitas sendas del conocimiento; si necesitan más de ti, tú les sueltas todas tus energías, tú los acompañas en ese viaje de esperanza, hasta cuando es imposible estirarse más y, entonces sí, sucede el milagro, su propio vuelo, el vuelo de su vida, el vuelo que responde a sus propias coordenadas y que solo él puede escribir en el mapa de su vida; cuando eso sucede, sientes que has hecho bien tu tarea; al final buen maestro, te das cuenta que no necesitan más de ti, han volado más lejos que tú y, ahora, con gratitud te esperan en el ocaso de la jornada de tu vida.
La tarea educativa no es buscar que nuestros estudiantes piensen, actúen, interpreten o argumenten de idéntica manera que sus profesores; esa pretensión es agresiva, ese propósito desdibuja la misión de educar y la reduce al nivel inferior de la instrucción y el adoctrinamiento; la tarea educativa sublima la condición humana y posibilita en el estudiante el descubrimiento de sus potencialidades, despierta sus propias creencias, aviva sus aptitudes y lo acompaña al encuentro con el incierto mundo de sus sentimientos.
Un buen maestro ayuda a sus estudiantes a pintar de colores la cometa de su vida, anima sus más creativos diseños, los aferra a una resistente estructura, los acondiciona de fuerte e ilimitado hilo y deja fluir con paciencia, en las corrientes del aire que los conducirá por la inmensidad del universo.
Hay que asumir riesgos. Una cometa que se pliega y se guarda en un cajón por miedo a que se rompa, no corre el riesgo de enredarse en la veleta de una torre, pero nunca aprenderá, a volar libremente…
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