José Jaramillo


Es necesario reconocer, en honor a la verdad, que Medellín se les fue lejos a las demás ciudades del país; y que es la única de Colombia que se menciona en el ranking mundial entre las mejores. Desde hace muchos años tiene dos aeropuertos, una terminal de transportes al norte y otra al sur y metro y cable aéreo; además de un sistema vial ágil y cómodo. Esto en cuanto a infraestructura para la movilidad y las comunicaciones aéreas y terrestres. Pero, además, hace presencia en la cultura con instituciones como El Museo de Antioquia, el Parque Botero, el Pueblito Paisa y el Jardín Botánico, entre muchas otras igualmente meritorias. Los servicios públicos son de excelente calidad y las empresas que los prestan ocupan lugares de vanguardia en Latinoamérica. La Industria de Licores de Antioquia es líder en Colombia, en mercadeo y resultados financieros. Fuera de lo anterior, que corresponde al sector público, en Medellín tienen sus sedes principales organizaciones financieras, industriales y comerciales privadas, que juegan en las grandes ligas empresariales del continente. En hotelería tiene una oferta amplia en cobertura y calidad, lo que, agregado a todo lo anterior, atrae el turismo. Tres equipos de fútbol hacen presencia en certámenes nacionales y continentales, regularmente compitiendo en los primeros lugares.
Muchas otras cosas pueden decirse de Medellín, y de Antioquia, para destacar su importancia nacional, a pesar de que ha tenido que enfrentar el flagelo del narcotráfico y la violencia y fue sede principal de una de las organizaciones criminales más grandes del mundo, que le representó un protagonismo negativo de connotaciones universales. Pero, por encima de todas las desgracias, hay una clase dirigente privada de las más altas calificaciones, que jamás abandonó su trinchera, ni salió despavorida a vivir de las rentas en el exterior, dejando a la ciudad y al departamento en manos de criminales y politiqueros de la peor calaña, como sí sucedió en otras partes del país, por desgracia.
Para poder reseñar lo anteriormente descrito, algo tiene que ver el carácter insular de los antioqueños. Siempre se ha hablado de "la república independiente de Antioquia". El dos veces presidente de Colombia, Alfonso López Pumarejo (1934-1938 y 1942-1945), pragmático y visionario, decía que cuando quería saber lo que pensaba el país se iba a tomar un whisky en el Club Unión, con los dirigentes públicos y privados de Medellín. Los puestos de trabajo en Antioquia son para los antioqueños. Si usted va a crear empresa y a generar empleos, bienvenido. Pero es más fácil conseguir carne con los gallinazos que trabajo en Medellín con cédula de otra parte. Y, lo más importante, y tal vez la razón principal del éxito social y económico de Antioquia, es el celo con el que se manejan los bienes públicos.
No se explica, entonces, la pésima calidad de las carreteras que comunican a Medellín con Bogotá, y con el centro-occidente del país. Y la falta del ferrocarril, que mueva la carga desde y hacia los puertos, para aliviar de tráfico pesado las precarias carreteras de que se dispone. Por lo demás, sólo envidia de la buena provocan los paisas.
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