Orlando Cadavid


Sin que se dé comienzo en firme a las negociaciones de Oslo entre el gobierno y las Farc, para unos fieles santistas el proceso ya tiene un primer perdedor: Se llama Álvaro Uribe, quien en su condición de jefe de la oposición, trata de sabotear los esfuerzos reconciliadores.
El político paisa es el único de los cinco miembros del Club de expresidentes que se niega a respaldar el plan de paz del presidente Santos.
Contrasta esta actitud del exmandatario con el entusiasta apoyo que le brindan desde sus respectivas orillas políticas los expresidentes Belisario Betancur, César Gaviria, Ernesto Samper y Andrés Pastrana.
La votación en el club expresidencial, que jamás se reúne, es de cuatro votos por la paz y uno por la guerra, promedios muy parecidos a los que arrojan las encuestas de opinión adelantadas en diferentes ciudades.
Esta singular asociación -que se debe más a la imaginación periodística que a la realidad política- aplica distintos métodos que no figuran en ningún reglamento de este tipo de entidades para impedir el aburrimiento entre sus integrantes, que desde cuando murieron los presidentes Julio César Turbay y Alfonso López se pueden contar en los dedos de una mano. Y sobran los dedos de la otra.
Se llega al encopetado círculo por derecho propio, sin importar si el nuevo "cliente" lo hizo bien, regular o mal a su paso por la Casa de Nariño.
El debutante queda incorporado automáticamente desde la misma tarde del 7 de agosto, tras hacer entrega del poder y de las llaves de Palacio. Con idéntica velocidad ingresa el mismo día a la nómina de pensionados del Seguro Social.
El club de expresidentes no tiene personería jurídica, sede propia, dirección domiciliaria, ni correo electrónico. Sus miembros se ven las caras, si quieren, cada vez que el Presidente convoca la Comisión asesora de relaciones exteriores.
Resumiendo: Es una institución con nombre rimbombante, pero sin nada adentro, salvo los "muebles viejos" de los que habló alguna vez el presidente López Michelsen. Más que un club de expresidentes, es una pequeña élite de hombres independientes, cascarrabias y caprichosos.
Poco a poco viene asumiendo su rol el exvicepresidente Humberto de la Calle como líder de la difícil negociación de paz, en representación del gobierno.
El constitucionalista caldense y sus compañeros de misión mantienen reuniones privadas, en Palacio, con el mandatario y varios ministros, enderezadas a refinar la estrategia que estrenarán el 8 de octubre, en la capital de Noruega.
De la Calle fue Registrador Nacional y Magistrado de alta Corte antes de ser ministro de Gobierno de la administración Gaviria y le correspondió jalonar el intrincado trámite de la Reforma Constitucional de 1991.
Por diferencias de forma y de fondo con el cuestionado presidente Samper prefirió renunciar a la dignidad vicepresidencial.
Actualmente es cabeza de una exitosa firma de abogados de Bogotá; escribe una columna los domingos, en El Espectador, y participa como analista de la actualidad en la cadena RCN.
Como la paz copará todo su tiempo, deberá cederle a uno de sus colegas la defensa del gobernador de Caldas, Guido Echeverri, ante el Consejo de Estado.
La apostilla: Cuando el exsenador Luis Guillermo Giraldo hizo parte de la comisión nombrada por Andrés Pastrana para tratar de buscar la paz con las "Farc", en el Caguán, adivinó que "Tirofijo" no quería desmovilizarse y en cada viaje al Caquetá llevaba cuatro o cinco libros que se devoraba en la selva, mientras sus compañeros de misión perdían el tiempo echando cháchara con la gente de don Manuel. El exparlamentario caldense decía a su regreso a la civilización que "no hay nada qué tratar con los intratables y nada qué negociar con los innegociables".
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