LA PATRIA | Bogotá

“Me quieren porque gano”, decía Guardiola, hace dos años, cuando el éxito era su aliado permanente. Realidad única: al entrenador se le ensalza o se le destruye al calor del resultado. El fútbol es hermoso cuando el equipo predilecto gana, golea y gusta. Ahoga tensiones y tranquiliza. Pasó con el Once Caldas y su freno brusco a la  crisis, a la espesura, al escepticismo y a los reproches. A Sachi se le preparaba la  ejecución pública, por aquella perversa naturaleza nuestra, de tumbar cabezas. La incomodidad general, con cuestionamientos repetidos y críticas severas a sus decisiones, se percibía en la antesala del último juego, suavizada, por unos días, mientras la felicidad perdura.
Patricio Pérez, un hiperactivo mediocampista, técnico y atrevido, asoció a sus compañeros para cambiar la cara al cotejo y al equipo. Con él jugaron todos, menos Guevara que entró en dudas, por su parsimonia y su escaso dinamismo. Viraje brusco, entonces, para un club que se hundía  ante la carencia de ideas y la errónea gestión de sus recursos. Fue otro Once en noche redonda, con sensaciones alentadoras.
Pero pecado es perder la cordura entre arrebatos triunfalistas. Correcciones de por medio, falta mucho trecho aún y un campeonato no es un partido. No se puede conjeturar si la revolución  vivida será perdurable, o si se entrara en el torbellino de  altibajos, tan común cuando se celebra un renacer futbolístico como este. Hay otro ambiente, eso sí. La forma de mirar es distinta, hay brillo de triunfo. Hablo de las miradas civilizadas de quienes toman con prudencia estos eventos, y no aquellos que deambulan entre las tenues líneas que separan el exitismo y los desbordes apasionados, por victorias o derrotas.

PD: La venda en los ojos de los críticos, para desconocer méritos ajenos, es tan dañina como el doping.

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Pero pecado es perder la cordura entre arrebatos triunfalistas. Correcciones de por medio, falta mucho trecho aún y un campeonato no es un partido.