Fanny Bernal Orozco


El en palacio de Rubilandia había un ladrón de rubíes. No se sabía quién era, lo único de lo que se tenía certeza era de que vivía en palacio, y que allí debía tener ocultas las joyas. Decidido el rey a descubrir quién era, pidió ayuda a un enano sabio, famoso por su inteligencia. Estuvo el enano algunos días por allí, mirando y escuchando, hasta que se volvió a producir un robo.
A la mañana siguiente el sabio hizo reunir a todos los habitantes del palacio en una misma sala. Tras inspeccionarlos a todos durante la mañana y el almuerzo sin decir palabra, el enano comenzó a preguntar a todos, uno por uno, qué sabían de las joyas robadas. Una vez más, nadie parecía haber sido el ladrón. Pero de pronto, uno de los jardineros comenzó a toser, a retorcerse y a quejarse, y finalmente cayó al suelo.
El enano, con una sonrisa malvada, explicó entonces que la comida que acababan de tomar estaba envenenada, y que el único antídoto para aquel veneno estaba escondido dentro del rubí que había desaparecido esa noche. Y explicó cómo él mismo había cambiado los rubíes auténticos por unos falsos pocos días antes, y cómo esperaba que el ladrón salvara su vida, si es que era especialmente rápido.
Las toses y quejidos se extendieron a otras personas, y el terror se apoderó de todos los presentes. De todos, menos de uno. Un lacayo que al sentir los primeros dolores no tardó en salir corriendo hacia el escondite en el que guardaba las joyas, de donde tomó el último rubí. Efectivamente, pudo abrirlo y beber el extraño líquido que contenía en su interior, salvando su vida. O eso creía él, porque el jardinero era uno de los ayudantes del enano, y el veneno no era más que un jarabe preparado por el pequeño investigador para provocar unos fuertes dolores durante un rato, pero nada más. Y el lacayo así descubierto fue detenido por los guardias y llevado inmediatamente ante la justicia.
El rey, agradecido, premió generosamente a su sabio consejero, y cuando le preguntó cuál era su secreto, sonrió diciendo:
-Yo sólo trato de conseguir que quien conoce la verdad, la dé a conocer. -¿Y quién lo sabía? si el ladrón había engañado a todos. -No, majestad, a todos no. Cualquiera puede engañar a todo el mundo, pero nadie puede engañarse a sí mismo. Tomado de www.vidaemocional.com.
Quizás algunas personas piensen que engañar a otras es algo muy fácil, y posiblemente lo es, sin embargo lo más difícil es mantener el engaño y para ello requieren de muchas y variadas mentiras que se tornan cada vez más trabajosas de mantener y de inventar. Existe gente famosa por su capacidad para mentir y esta habilidad forma parte de un estilo de vida, el cual sumado a la ausencia de principio de realidad es la causa de desdichas y dolores en diversas relaciones.
Mentir y manipular son conductas que evidencian cierto poder personal de quién hace de éstas sus estrategias de vinculación con los demás; son convincentes y esto ayuda a que se aproveche de la ingenuidad, la carencia de observación y de análisis por parte de aquellos que le rodean.
Cuando una persona miente y finge, no solo está engañando a otros, también se está engañando a sí misma, se aleja cada vez más de su mundo interior, le cuesta reconocerse y saber realmente quién es y cómo enfocar su vida, ya que el juego emocional en el que se ha sumergido, impide cualquier contacto con la realidad.
Por otra parte, el faltar a la verdad vulnera la confianza no solo de los demás, sobre todo cuando por alguna razón va perdiendo coherencia en todo el discurso que ha aprendido a expresar para conseguir sus fines, sino que de alguna forma la autoconfianza se torna frágil; eso de adoptar ciertos papeles para representar la realidad precisa unas altas dosis de energía y como si fuera poco tiene un alto costo emocional para todos los involucrados.
Por otra parte, la persona mentirosa siempre promete que va a cambiar y en el círculo vicioso en el que vive, involucra a los demás en una danza que no termina; los otros vuelven a hacer el esfuerzo por creer, por confiar y así viven una vida de mentiras, miserias e infelicidad, en un círculo vicioso.
Quizás el engaño más grande sea el que se genera la persona que engaña, pues al no poder volver a colocarse la máscara que ha usado como artificio para envolver a los demás, se encuentra con una imagen falsa y desconocida de sí mismo y con la sensación de vacío por todo lo que ha perdido y no ha sabido cuidar a través de la cadena de fingimientos y oscuridad que ha tejido con todas sus mentiras.
Finalmente, vale la pena una pregunta: -¿Por qué después de muchas promesas el mentiroso vuelve a mentir y los demás creen y vuelven a confiar?
*Psicóloga
Profesora Titular Universidad de Manizales
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