José Jaramillo


Hace varios lustros existió en Colombia un abogado bogotano, César Castro Perdomo, quien dedicó buena parte de su tiempo como profesional a buscarles irregularidades a decretos, leyes, sentencias judiciales y otras medidas oficiales, para impugnarlas ante instancias superiores, hasta conseguir su derogación, si las consideraba inconvenientes o ilegales. Esa tarea resultaba antipática para los funcionarios públicos, pero sin duda cumplía un propósito bien intencionado, que además le daba prestigio al doctor Castro, para que su bufete fuera exitoso. Nadie dijo jamás que el jurista obrara de mala fe o para buscar lucro indebido. Y, por el contrario, la ciudadanía consideraba plausible esa veeduría, para garantizar la transparencia legal y la utilidad de las medidas oficiales. Esa labor le mereció a César Castro el remoquete de "tumba-decretos", quien se convirtió en el terror de alcaldes, gobernadores, ministros y demás, cuyas decisiones quedaban en entredicho hasta cuando se pronunciara el acucioso y antipático Catón criollo.
Lo que está en boga por estas calendas es distinto. Una perversa manía de los perdedores o "viudas del poder" es dedicarse a escudriñar indicios legales que le compliquen la gestión a quien los venció en cualquier contienda democrática, para tumbarlo del puesto o enjuiciarlo. Lo que produce un inmenso desgaste a las administraciones, solo para satisfacer la perversidad de quienes no tienen la conciencia democrática de aceptar sus derrotas. Y para conseguir sus torcidos propósitos todo se vale: falsedad en documentos, testigos comprados, sobornos y hasta la amenaza del atentado personal. La idea es que todas las personas tienen un precio y el que puede pagarlo triunfa. De ahí el éxito económico, político y personal de los dirigentes que representan los intereses de las mafias del narcotráfico, el paramilitarismo, los juegos de azar y la contratación de obras públicas. Con el agravante de que sus puestos están blindados por un juego democrático, en el que no hay conciencia en la elección, sino un vulgar mercado de votos. Y cuando sorpresivamente la opinión pública se manifiesta a favor de candidatos idóneos, pulcros y eficientes, estos tienen que prepararse para la arremetida de los perdedores, que les buscarán la caída o les harán las administraciones imposibles, sin que les importe nada el bienestar de la colectividad social.
Lo peor que pudo pasarles a todos los países es que hayan desaparecido las ideas de los objetivos electorales y se enseñoreara el dinero, bien o mal habido, como argumento político y objetivo único de muchos dirigentes. Un "ínclito" senador, considerado en su momento como "estrella", le decía a un seguidor suyo, cuando fue a pedirle ayuda porque estaba muy mal económicamente: ¿Cómo así que está pobre, después de ser alcalde del municipio tal, donde yo lo hice nombrar? "Desnudo entré y desnudo salgo", dijo Sancho, después de ser gobernador de Barataria. Pero esos son cuentos de viejos nostálgicos, de los que se burlan los dueños del poder.
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