César Montoya


Mañana, 30 de marzo se cumplen 110 años del natalicio de Alberto Ángel Montoya. Era un oligarca, playboy. De estatura prominente, facciones pulidas, rostro albino, mirada noctámbula, mentón fuerte, boca sensual, aire clasista de rango superior, siempre vestido como un lord. Dimensionaba su elipsis como un festín, con frecuentes ebriedades de champaña, ruletas de azar y nocturnas travesuras. Suyas eran las tinieblas con el graznido de sus pecados, la morfina y sus atmósferas artificiales, la olfativa cacería de mujeres fáciles. Clubman exquisito, cautivaba con el diálogo, con sus ojos desnudadores, con sus seductivos escondites de placer. En la alta sociedad bogotana, por los años treinta del siglo pasado, Ángel Montoya era el Petronio de la elegancia y un envidiable acaparador de núbiles doncellas. Sus nostalgias femeninas quedaron esculpidas en estos versos: "Mujeres que una noche nos amaron/ e hicieron más amarga nuestra pena".
Acaudalado y botarato, rumbero y elitista, supo ejercer su profesión de gentleman. Autodidacta, bailarín, prosista, poeta, pintor, hacendado, libertino, frívolo y concomitantemente pensador, recorrió con aplausos toda la escala de los valores con sentido mundano de la vida.
Quedó ciego. Buscó refugio en "El Corso" su finca sabanera, escoltada por una frondosa palmera y otras especies menores de la naturaleza. Su estancia de 23 cuartos, tenía una discreta capilla, refugio para su alma atormentada y solaz espiritual de sus tardíos arrepentimientos. ¿Qué haría el rapsoda en su aislamiento visual con una biblioteca de más diez mil títulos, con su voraz apetito espiritual, con esa sensibilidad de artista que le cosquilleaba a flor de piel?
Ángel Montoya cultivó la bohemia como escape a sus desarraigos sentimentales, habituado a los idilios pasajeros, dándoles satisfacción a sus golosidades fornicadoras. En versos perdurables ensalzó sus relajadas debilidades. "Éramos tres los caballeros. Uno/ amaba el juego y la mujer. El otro/ amaba la mujer y amaba el vino/ Yo amaba el vino, la mujer y el juego". Ahí está la síntesis de su vida. El apego por la taberna, su morbosa flojera por las féminas y su incontrolada inclinación por los juegos de azar.
Le brotaba la poesía torrencialmente. Su versificación es espontánea, fluida y diamantina, con tibios laberintos ocultos. Escribió rimas por encargo, para cumplir compromisos de club. Muchas fueron redactadas a destajo. Sin embargo, su nombre quedó a salvo para la posteridad con unas joyas de oro de fulgor perenne.
Qué poeta del mundo, de cualquier época, no quisiera ser autor de "Pasión Tardía". "Toma la copa y bebe, que mañana/ no habrá vino en tu copa, ni en la mía/ Inútilmente prolongué mi fría/ indiferencia mentirosa y vana/. Rompe la copa y ríe". Que si un día/ te hizo llorar mi juventud liviana, / en el fervor de mi pasión tardía/ te llamo mía y te apellido hermana/. Qué importa si en ruidosas bacanales/ o en los brazos de todas tus rivales/ burlé tu lloro y angustié tus días, / si hoy al final de haber reído tanto,/ preso en la red que me tendió tu llanto,/ vengo a llorar para que tu sonrías"/.
También para eternizar en bronce es su "Soneto al Amor". "Cuántas veces, amor, por retenerte/ puse a tus pies mi juventud rendida/. Y cuántas a pesar de estar herida/ te la volví a entregar por no perderte/. Cuántas veces también, altivo y fuerte/ por alcanzar la gracia prometida,/ me batí frente a frente con la vida,/o me hallé cara a cara con la muerte/. Y hoy, cuando mi ilusión vuelve a tu lado/trayéndole al misterio de tu hechizo/ la pluma azul del pájaro encantado,/ torna otra vez a mi pupila el lloro/ al mirar desde el puente levadizo/ que está cerrado tu castillo de oro/".
No sobrevive la inspiración basta. Hay escritores que gustan de los tsunamis literarios. Retiran un libro de la imprenta y de inmediato introducen otro para su publicación. En literatura perdura la calidad, no la cantidad. Breves producciones son intemporales como el "El Principito" de Antoine de Sainy-Exupéry, "Platero y yo" de Juan Ramón Jiménez, "La canción de la Vida Profunda" de Porfirio Barba Jacob, "Farewell y los Sollozos" de Pablo Neruda, "Elegía a la Muerte de una Abeja" de Daniel Echeverri. En esa selectiva categoría están posicionadas las musas de Alberto Ángel Montoya, el "poeta aristocrático" de Colombia.
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