María Carolina Giraldo


Este es el momento para elegir el personaje del año, ya varios medios lo han hecho, El Tiempo se decidió por Pékerman, es claro el simbolismo que hay detrás de esta escogencia, un líder real, que pudo cambiar la forma de hacer las cosas contando con las mismas personas y bajo las mismas condiciones que antes significaban fracaso. En un país tan carente de liderazgo, escoger al director técnico de la Selección Colombia como personaje del año es un símbolo poderoso, positivo, que sirve para reafirmar de lo que somos capaces los colombianos, si tan solo escogiéramos bien a nuestros líderes y si estos se comportaran a la altura de su investidura y no como simples cazadores de rentas.
Sin embargo, para este país con tantas cosas por resolver, como una educación de tan mala calidad que ni siquiera nos permite obligar a los partidos políticos a que candidaticen gente íntegra para los cargos de elección popular, prioricé un análisis más crudo, más real.
Propongo como personaje del año, un antihéroe, uno menos positivo, uno que en vez de resaltar las potencialidades de lo que podemos ser, ejemplifica todos nuestras debilidades, nuestros quiebres, lo que nos falta como ciudadanos y como funcionarios públicos para hacer de esta una Nación en todo el sentido de la palabra. Mi personaje es el procurador.
En él se reúnen muchas de las características de lo que nuestro sistema democrático debe cambiar para transformar este país, el incumplimiento de la ley, el amiguismo, el abuso del poder, la falta de controles y contrapesos reales, entre otras.
El procurador ha demostrado en varias oportunidades que el cumplimiento de la norma pueda ser irrespetado por lo que él considera un interés superior, sus creencias personales. No solo ha desconocido la protección constitucional a las mujeres y a la población LGTBI, sino que ha hecho caso omiso a las observaciones que le ha hecho la Corte Constitucional para que no siga irrespetando su deber legal de velar por el cumplimiento de la norma fundamental del Estado colombiano. El procurador actúa como esos monarcas investidos de poderes divinos, como si el Estado fuera él. En este mismo sentido, el señor Ordóñez respaldó al Gobierno en una estrategia de no cumplir el fallo de la Corte Internacional de Justicia sobre los límites marinos entre Colombia y Nicaragua. Sin embargo, cuando se trata de entorpecer el proceso de paz, decide recurrir a la Corte Penal Internacional para ponerla en alerta sobre lo que él considera un caso de impunidad.
El amiguismo, rasgo imprescindible de nuestra democracia, es otra de las características de este antihéroe, el procurador es implacable con sus opositores y extremadamente laxo con sus amigos. No le falta coraje para actuar en contra de políticos que defienden ideas contrarias a sus creencias, sin embargo, hay que reconocerle su generosidad y laxitud frente a las faltas de sus copartidarios. Asimismo, el procurador estuvo presto a defender las altas pensiones de magistrados y congresistas y arremetió contra el Consejo de Estado por haber disminuido las primas de los parlamentarios.
El procurador también usa su extremo poder para sacar adelante su agenda política y no para defender la Constitución y a los colombianos. En este país tan necesitado de hechos de reconciliación, el señor Ordóñez ha decidido abusar de todos los mecanismos que le confiere su investidura para atacar el proceso de paz. Y aunque no me guste Petro, porque en él se combinan esa mezcla de arrogancia y torpeza que resulta tan fastidiosa, la última decisión del procurador polariza, aún más, un país que lo que necesita son muestras claras de reconciliación.
Así pues, como personaje del año escogí un antihéroe, porque ellos también simbolizan cosas importantes, lo que no se debe hacer y lo que no se puede permitir.
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