José Jaramillo


Un estilo gerencial, desafortunadamente en desuso, es el paternalismo, que consiste en que el empresario y el directivo conocen a sus trabajadores o subalternos, más allá de las habilidades profesionales y de la ubicación que tengan en el organigrama de la institución. Es decir, que saben quiénes son como seres humanos y miembros de familia, con otros valores que trascienden el sitio de trabajo, como el arte, la literatura o el deporte, por ejemplo. O la simple amistad.
El señor Keynes resumía sus teorías sobre desarrollo económico en dos palabras: "Producción y Empleo". Y don Henry Ford Primero, el fundador del emporio automovilístico gringo, quien no era un dechado de generosidad, pero sí un empresario pragmático, cuando la crisis mundial de 1929 declaró que él no iba a despedir a ninguno de sus trabajadores y que, por el contrario, les iba a mejorar los salarios, como una forma de contribuir a la superación del crack económico, porque, decía, "Las crisis las deben soportar los capitalistas y no los trabajadores". Y agregaba: "Si mis trabajadores no tienen con qué comprar productos de otras industrias, los de éstas no podrán comprar mis carros".
Estas teorías, que en Colombia fueron aplicadas por Manuel Murillo Toro, Alejandro López, Esteban Jaramillo, Alfonso López Pumarejo, Eduardo Santos Carlos Lleras Restrepo y Mariano Ospina Pérez, entre otros, hasta mediados del siglo XX, permitieron que el país se industrializara, para sustituir importaciones, generar empleo, implementar servicios públicos, crear centros educativos para la productividad y, a través de esos mecanismos, formar una gran clase media, que equilibrara la sociedad para que fuera económicamente más justa. De la mano con esos dirigentes políticos mencionados, trabajaron los empresarios, a quienes el Estado protegía de la competencia externa, para estimular su emprendimiento y la productividad de sus negocios. La historia recordará con gratitud a Alejandro Echavarría, Germán Saldarriaga y Jesús Mora, en Medellín; a don Mario Santo Domingo, en Barranquilla; a los Lemaitre, en Cartagena; a los Carvajal, Caicedo, Sanclemente, Lloreda, en Cali; a Vicente Giraldo, en Armenia; a Gonzalo Vallejo Restrepo y a los Valher, en Pereira; a Pedro Uribe Mejía, Carlos y Antonio Pinzón y Los Azucenos, en Manizales; a los Puyana, en Bucaramanga…y a muchos otros de su estirpe y talante en todas las regiones del país, que se volvieron ricos generando empleo y procurando que sus trabajadores adquirieran un estatus económico suficiente para tener una vida decorosa. Todos ellos eran paternalistas, lo que después, a los "Chicago Boys", los discípulos del señor Friedman, el pontífice del monetarismo, les pareció una pendejada. "Bussines is bussines" fue la nueva consigna; y amarrarles a los trabajadores, en las orejas o en la ternilla, una placa con un número para identificarlos. "¡Qué es esa bobada de mi papá mimando tanto a esa gente! ¡Págueles a tiempo, y listo!", decía una ejecutiva, educada en Harvard, quien sucedió a su papá, un patrón paternalista por excelencia, en la dirección de los negocios de la familia.
"Siga así y después no se queje", les dicen las mamás a los muchachitos, cuando se exponen a un peligro.
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