Andrés Hurtado


Estamos, así, llegando a los dominios del Parque Nacional Skaftafell. Los fines de semana su camping se ve colmado de los islandeses de la capital que aprovechando la cercanía y la belleza del lugar se vuelcan a él para descansar. Es el glaciar islandés que pone al alcance de los visitantes sus lenguas de hielo que bajan prácticamente hasta la carretera. Hay además muchos senderos que se adentran hacia el norte para acercarse a lagunas, cascadas, barrancos, bosques de abedules, rocas y picos nevados. ¿Dijimos bosques de abedules? Lo primero que llama la atención de los visitantes al llegar a Reykjavik y a su entorno es la ausencia prácticamente total de árboles. No es propiamente Islandia un país de árboles; muy al contrario, lo es de desiertos helados y tundras. ¿Razón o razones? La principal es que las riadas de lavas, barro y agua de las constantes erupciones volcánicas que asolan el país han barrido con los bosques. La otra razón es que los habitantes han acudido a la leña para calentarse en las largas noches del invierno que somete a gran parte del país a seis meses de oscuridad. En el interior aparecen de vez en cuando algunas manchas de bosques, como aquí en Skaftafell. La visita al bello bosque de abedules exige seis horas por un sendero que sube paralelo al glaciar. El nombre del bosque es otro desafío para la memoria: Baerjarstadarskogur. No tuvimos tiempo para este recorrido, pero sí para la cascada que se ha convertido en el paisaje emblemático de Skaftafell. Se trata de Svartifoss. Todas las cascadas de Islandia son bellísimas. Y esta, que no es propiamente la más caudalosa, es posiblemente la más hermosa. Se lanza al vacío entre un conjunto de rocas basálticas poligonales. El conjunto parece un órgano tubular de una inmensa catedral gótica. El caminito en constante y suave ascenso se cubre, ida y vuelta, en hora y media. En el entorno hay otras dos cascadas: Hundafoss, que se visita por el mismo camino y Magnusarfoss.
Como en tantos lugares de Islandia, la historia de este paraje comenzó cuando en la época del poblamiento aquí se fundó una granja a la que otras se juntaron. El suelo era sandur y por eso el sitio recibió el nombre de "Hérad Milli Sandur", que quiere decir:"La tierra entre la arena". No faltaron las erupciones del volcán Grimsvötn en 1362, que destruyeron, sembrados, campos y viviendas. Con paciencia y terquedad los nativos volvieron a construir sus granjas en el mismo lugar. En 1967 se creó el Parque Nacional de Skaftafell y en él se incluyó al volcán que en 1996 hizo una erupción memorable por su espectacularidad. Un temblor de 5 grados en la escala de Richter fue el inicio de los 14 días que duró la erupción que acaparó la atención de la prensa mundial. El volcán se encuentra dentro del inmenso glaciar del Vantna, o sea el Vatnajökull. El temblor y la erupción abrieron en el glaciar un boquete de más de tres kilómetros de largo. El 5 de noviembre de 1996 se vino el aluvión de unos 3 billones de metros cúbicos de agua trayendo consigo todos los derrubios que lanzan los glaciares; la riada se llevó a su paso tres puentes de la carretera nacional, la misma que estamos transitando. Los expertos dicen que esta erupción ha sido la cuarta más destructiva de las muchas que han ocurrido en el siglo XX.
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