José Jaramillo


Alfonso López Michelsen, cuyo centenario de nacimiento se celebró recientemente, hijo del dos veces expresidente Alfonso López Pumarejo y nieto de don Pedro A. López, en su momento el hombre más rico de Colombia, cuyos negocios quebraron estrepitosamente a principios del siglo XX, fue un clásico bogotano, fino, elegante y aristócrata. Estudió sus primeras letras con profesores privados, lo que era usual en familias de alcurnia; hizo su bachillerato en Francia y los estudios superiores en Inglaterra, los que complementó en Bogotá. Abogado que nunca ejerció, orientó sus conocimientos a la cátedra universitaria, en especial al derecho constitucional, materia de la que era una autoridad. Además, López era un estudioso ávido, a cuya curiosidad intelectual no se le escapaba ningún tema, especialmente los que tuvieran que ver con el manejo del Estado, porque tenía vocación de político, no con criterio electorero sino con honesta responsabilidad de estadista.
Después del atentado de la policía conservadora a la casa de su padre el 6 de septiembre de 1952, cuando era encargado de la presidencia Roberto Urdaneta Arbeláez, quien jugaba golf mientras los esbirros del régimen cometían la tropelía, y se hizo el "sordo", la familia López-Michelsen se exilió en México, donde Alfonso hijo se dedicó a los negocios, especialmente el urbanismo, y amasó una apreciable fortuna.
Regresó a Colombia cuando cayó la dictadura y se institucionalizó el Frente Nacional, para fundar el Movimiento Revolucionario Liberal, MRL, cuando ya era un hombre maduro. Por eso decía que él era una "solterona de la política".
Yo era un muchacho, empleado de Bavaria en su cervecería de Honda, y adherí a esa causa con entusiasmo, lo que provocó el rechazo del auditor de la empresa (Rodríguez, creo que era el apellido) un godo Torquemada, quien decía que López era comunista, enemigo de la empresa privada, sin saber que un hermano de éste, Fernando, era el vicepresidente de relaciones públicas de la cervecera y Alfonso López Michelsen era accionista de la misma. El gerente, don Jorge Mick Echeverri, me reconvino por intrigas del inquisidor y cuando le argumenté que el voto era secreto y que uno metía el dedo donde mejor le pareciera, me contestó que había metidas de dedo que eran metidas de pata. La cosa no pasó a mayores, porque don Jorge era un gran tipo, pero tenía que darle gusto al auditor, un funcionario antiguo con poder de veto, y perverso, además.
Años después residía yo en Buga (Valle) cuando visitó López la Ciudad Señora, en una campaña parlamentaria, representando el Progresismo Liberal, que orientaban el expresidente Lleras Restrepo y él, enfrentados al oficialismo liberal que presidía Julio César Turbay Ayala. Ya se había liquidado el MRL, pero uno de los jefes de ese movimiento en Buga era un señor Arsayuz, vecino mío, en cuya casa se le hizo una atención de amigos al doctor López, cuando terminó la manifestación pública del Parque Cabal. Cuando Arsayuz le preguntó a su invitado qué quería tomar, éste optó precisamente por lo que no había: vodka. Me miró angustiado el anfitrión. Yo le hice una seña tranquilizadora y arranqué a marchas forzadas a buscar una licorera. A poco regresé con la botella y comenzó una tertulia en la que pudimos apreciar las exquisitas dotes de conversador de López y la hondura de sus conocimientos sobre todos los temas, eso sí marcando una sutil distancia con sus interlocutores, porque su presencia tenía un halo imperial. Sigue.
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