Andrés Hurtado


Ya estaban nuestro soldado y su enfermera esposa en Bogotá. Era el año fatídico de 1948. Como no había posibilidad de llegar a la reserva de Meremberg por el Huila, los dos esposos debieron viajar por la ruta Bogotá-Cali-Popayán. El 13 de diciembre salieron de Popayán hacia el Huila en la chiva de Crisanto Lozano. Estaban tan emocionados, especialmente Gunther que por primera vez admiraba el trópico, que hasta recordaban el nombre del conductor de la chiva. Admiraron el Volcán Puracé, a la sazón con gran casquete de nieve y altísima columna de vapores, pues la carretera pasa por las faldas septentrionales del coloso. Cuenta Gunther que la contemplación del páramo lo entusiasmó. Todo lo que veía era nuevo y tan distinto a los domesticados paisajes de su Alemania, donde la famosa Selva Negra, de selva no tiene sino el nombre. Le llamaron particularmente la atención los frailejones y los colchones de musgo y de líquenes entre los cuales se escurre el agua. Luego de una jornada agotadora llegaron a Meremberg.
Así narra Gunther su llegada: "La noche de mi llegada es imborrable: la luna alumbraba como el sol, el cielo estaba lleno de estrellas, las luciérnagas iluminaban el bosque con sus destellos intermitentes y el silencio indiviso armonizaba con la sombra de los árboles. Allí nos esperaba ansiosa mi suegra, doña Elfrids, quien había desafiado la soledad por más de tres años. Yo presumí que llegaba a la "tierra prometida" y no me equivoqué". Recordemos que el esposo de Elfrids, Karl, padre de la enfermera había muerto en 1945.
Y sigue: "Con las primeras luces del día siguiente quedé extasiado con la magnificencia del paisaje, todo era verde. Las cordilleras inmensas tenían un tinte azul y los picachos coronados por nieves perpetuas. Se sentía cercanamente el rumor de los ríos y quebradas que se desgajaban impolutos del páramo del Puracé".
"Un concierto compuesto por mil instrumentos musicales me recibió en el bosque esa mañana, era el armonioso conjunto de pájaros de todas las especies que cantaban de puro júbilo. Yo elevé mi alma al Creador y lo glorifiqué por engendrar tantas maravillas. Meremberg encumbró mi aliento y tomé la determinación de trabajar sin reposo por conservar los ecosistemas estratégicos localizados en Meremberg y en todas las cordilleras colombianas".
Y termina con este párrafo: "Bajo la sombra protectora del bosque de Meremberg hice un examen retrospectivo de mi vida y vi claramente cómo la humanidad había caído en un evento tan fatal como la II Guerra Mundial, en vez de llevarnos por el camino anchuroso de la recuperación y conservación de los recursos naturales que aún quedan en la Tierra".
Citando estos párrafos y sintiendo latir en ellos la tremenda emoción del soldado frente a los bosques y la naturaleza virgen del trópico, yo mismo me emociono, porque son los mismos sentimientos que me embargan cuando me hundo en nuestra naturaleza "salvaje" y lo menos que puedo hacer desde estas líneas es agradecer profundamente a este teutón que no solo se enamoró de nuestra tierra sino que, pasando el tiempo, habría de ver cómo su esposa daría la vida, por…unos micos de la reserva.
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