José Jaramillo


"Los enemigos de la paz están agazapados en el gobierno", dijo Otto Morales Benítez, cuando dejó el cargo de Comisionado para la Paz, que ejerció por breve tiempo durante la presidencia de Belisario Betancur (1982-1986), con el mismo patriotismo que ha inspirado todos sus actos públicos y privados. La historia nos la contó a un grupo de amigos, reunidos en su finca Don Olimpo, con todos los ingredientes y minuciosidades que caracterizan su narrativa, escrita y oral.
Se acordó -relató- una reunión suya con Tirofijo, y su estado mayor guerrillero, en un lugar de las montañas colombianas, que no le fue revelado. La idea era que un vehículo lo recogería tal día a tal hora en su residencia de Bogotá, para llevarlo hasta el lugar del encuentro, advirtiéndole que el viaje sería largo, y que en determinado momento sería vendado para que no identificara la ruta y el lugar de destino. El "Gran Otto", como afectuosamente lo llamaba su "pequeño-gran" amigo, Carlos Lleras Restrepo, aceptó las condiciones. Entonces, con la asesoría de Olimpo y Ómar, hijo y hermano, respectivamente, compañeros en su bufete de abogados, arregló sus cosas personales e hizo testamento, después de hacerles las recomendaciones personales y familiares, que cubrieran a sus seres queridos. El legado como estadista, intelectual y político no era necesario, porque estaba registrado en su prolija bibliografía.
Llegado el día, un campero se estacionó a las cinco de la mañana frente al edificio donde vivía, en la Carrera 7ª con 85, cerca a la entrada para La Calera. Lo ocupaban el conductor y otras dos personas, ubicadas éstas en los puestos traseros. Otto, con su habitual cordialidad, saludó efusivamente, mientras se sentaba en el puesto delantero, al lado del chofer, y les entregó a los otros su maleta. Después ordenó: -Vamos, pues, muchachos.
Varias vueltas dio el vehículo por Bogotá, antes de coger rumbo hacia Girardot. Después de cierto recorrido, uno de los pasajeros de atrás, muy cortésmente, le dijo a Otto que era hora de vendarlo. Transcurridas unas horas, abandonaron la carretera pavimentada y comenzó un bamboleo por caminos de penetración, hasta detenerse. Quitada la venda, vio Otto un campamento dotado de amplio salón y varias cabañas aledañas, mientras caía la tarde y comenzaba a oscurecer. Entonces se le indicó el lugar para su alojamiento, los acompañantes se despidieron y otras personas se pusieron a sus órdenes, dispensándole las comodidades posibles, y le informaron que la reunión con los guerrilleros sería un poco más tarde. En la mesa instalada en el salón principal, después de los saludos de rigor, se ofrecieron licores, que Otto y Tirofijo, abstemios ambos, cambiaron por agua, y se sirvió la cena. En un diálogo franco y pragmático, sin retórica ni reclamos, se diseñó un plan para acordar la paz, que Otto debía someter a la consideración del alto gobierno, de las Fuerzas Armadas y del Congreso. Y, ahí sí, mostraron sus cartas los guerreristas y la extrema derecha, para que se frustrara el intento, en medio de ríos de babas, retórica insulsa y movidas de mala fe. Entonces Otto, con dignidad, empacó y se fue, dejando constancia: "Los enemigos de la paz están agazapados en el gobierno".
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