Álvaro Marín


Para su propia fortuna, los uruguayos tienen mejor suerte que nosotros. Para el caso, su país tiene –mal contados– tres millones de habitantes. Según el Dane de allá, dos millones son aplicados futbolistas y el resto son directores técnicos. Así de sencillo.
Por el contrario, Colombia cuenta con 46 millones de ciudadanos, la totalidad de los cuales son aventajados politólogos, infalibles técnicos de fútbol, clarividentes ‘reinólogos’, cuando no futurólogos, moralistas y, de un tiempo acá, iluminados internacionalistas con maestría en diferendos limítrofes, calidad que se agrega al catálogo merced al fallo de la CIJ de La Haya o de La Haiga, como mejor lo expresaría Tirofijo.
A propósito de este nuevo despojo territorial, el refranero popular nos brinda en su sabiduría elemental dos enseñanzas que sintetizan de manera gráfica nuestra displicencia e ingenuidad frente a las expectativas nacionales. Limitémonos al enunciado: ‘Toda la noche pescando y al amanecer un sapo’ y ‘nadie sabe lo que tiene sino cuando lo pierde’.
En palabras simples, el nuestro es un país emotivo, bien enterado pero mal informado; sus reacciones son apasionadas y extremas; su hipersensibilidad temperamental, para bien o para mal, es lo que más se parece a una llamarada de guadua.
Bueno, pero ya que en el listado hecho arriba quedó por fuera la profesión de crítico de televisión, asumo ese rol momentáneamente para referirme, en frío y a distancia, pero a título de pésimo televidente, a la serie "El patrón del mal", que culminó hace unos días. Sus episodios dejaron sabores y sinsabores, así como lecciones de variados matices. Lo más curioso es que, pese a conocerse el desenlace del drama –como en cualquier trama garciamarquiana–, despertó el interés general y convocó a un sorprendente número de personas frente a la pantalla.
Analistas más autorizados ya se han tomado el trabajo de examinar el contenido de la mencionada producción desde todos los ángulos posibles, que incluyen señalamientos de apología del delito, circunstancia que hace imperecedero el negocio del tráfico ilícito de drogas, y eleva a la condición de héroes a los criminales más sanguinarios. También, hay quienes sostienen que se trató de una reivindicación tardía de algunas familias víctimas del capo antioqueño.
Sea como fuere, su producción fue impecable, magnífica técnicamente, extraordinaria la madurez profesional de los actores, aun cuando no deja de sorprender la caricaturización de algunos personajes, a no ser que ese fuera el propósito. Así, pudimos identificar a sombríos protagonistas de la política y del gobierno. Debe destacarse, además, la afortunada inclusión de imágenes reales en la narración visual, lo que aporta un alto valor documental al minucioso trabajo de reconstrucción de las épocas más brutales y tristes de los últimos tiempos.
Y aquí llegamos al capítulo negro, porque entra en escena el canal encargado de la transmisión y la explotación comercial de la serie. "El patrón del mal" llegó precisamente por uno de los canales reconocidos por su mal comportamiento con el televidente. Para nadie es un secreto que el duopolio de canales privados hace lo que les place con sus espacios, sin consideración con la audiencia que tiene sus propios hábitos para ver televisión. Por inconfesables razones estratégicas y con un total irrespeto al televidente –que equivale al ciudadano–, se cambia de horario, se recorta o se edita un seriado, con lo que se afecta sensiblemente la secuencia o continuidad, es decir, la dinámica del relato. Como si fuera poco, la saturación laxante de pauta comercial convierte en auténtico suplicio el disfrute de cualquier programa. A la dupla de operadores privados la tiene sin cuidado la calidad de la televisión, sólo ven las cifras de sintonía y la columna de utilidades, con absoluto desprecio por quienes nutren sus arcas.
La dictadura de los canales es apenas comparable con la arbitrariedad de la que hizo gala el protagonista del "Patrón del mal". Y en medio de esa anarquía, ya ni la misma programadora debe saber dónde carajos está Umaña. Volvemos después de comerciales.
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