Andrés Hurtado


Estábamos en Collpampa. Llovió un rato por la noche pero las carpas son muy buenas. El campamento está levantado en un plan cerca del pueblo y a la orilla de un impresionante barranco por cuyo fondo pasa una carretera. ¿Carretera? Si, un carreteable, remedo de carretera, que aquí arranca hacia abajo o aquí llega hacia arriba, como se quiera decir. Descendimos, pues, y durante cuatro horas y media caminamos por este carreteable que lleva ahora el abismo a la izquierda; hasta ahora lo traíamos a la derecha. El recorrido es hermoso porque lo cerca a lado y lado el bosque y hay cantidades de flores y de insectos. Nos trepamos peligrosamente a un barranco para fotografiar una orquídea muy vistosa. Llegamos a otro campamento de nuestra ruta en Sahuayaco. Aquí el clima es más cálido y el baño fue un placer.
Isaac, el guía, nos había "sicosiado" mucho sobre la siguiente etapa. Estábamos ya muy abajo y tendríamos que encarar ahora una subida dura de cuatro horas a la que seguía un descenso fuerte de dos horas, muy, muy pendiente, decía. El día amaneció lluvioso. Estábamos en un profundo cañón y en un momento que el cielo se despejó pudimos ver allá muy lejos y muy arriba una roca por la que debíamos pasar. Muy animados emprendimos el ascenso en medio de una intensa llovizna que no nos permitió gozar a nuestras anchas, al principio, del espectáculo de las altas montañas que nos rodeaban. En partes la senda sigue un camino inca, hecho en piedra. Subimos en tres en vez de las cuatro horas anunciadas y fue una subida muy placentera. Doblando la cima que se encuentra a 3.000 metros (habíamos superado un desnivel de más de 1.000 metros) apareció un bosque como los que nos muestran en las películas de misterio, con árboles cubiertos de musgos y de epífitas, bellísimo, como un bosque de hadas. Bosques así los hemos encontrado en el Páramo de la Magdalena, donde nace nuestro río medular, bajando hacia el departamento del Cauca. Y diez minutos más abajo de este bosque encantado llegamos a las ruinas de Llactapata. No se deben confundir con los bien conocidos vestigios de una gran ciudadela del mismo nombre que se encuentra al comienzo de la Ruta del Inca, (Inca Trail), la ruta normal, la de cuatro días. Esta, la que estamos ahora visitando, fue conocida ya por Hiram Bingham en 1912. Bingham, recordémoslo, "descubrió" Machu Picchu en 1911. Pero Bingham no dejó datos precisos sobre el lugar del emplazamiento de Llactapata y por ello solo hasta el año 2003 se descubrió verdaderamente el sitio. Fueron el escritor inglés Hugh Thomson y el arqueólogo norteamericano Gary Ziegler, patrocinados por la Royal Geographical Society. Creen estos exploradores y otros que han venido luego que se trata de un observatorio astronómico utilizado para saber cuándo hacer las siembras y de un mirador de Machu Picchu. En efecto, desde este verdadero nido de águilas, pues está ubicado en la cima de un cerro rodeado por abismos, se observa a la distancia de dos millas la ciudadela reina de Machu Picchu, encaramada también en otro cerro. Parecíamos estar en el cielo, por la altura y por el espectáculo hacia todos los encumbrados horizontes. Ya había dejado de llover. ¿Qué hay en Llactapata? Muy pocas cosas visibles: unas paredes, unas habitaciones, destechadas por supuesto, todo en piedra y una explanada rectangular de unos 10 por 20 metros. Entre la maleza se ve un túnel orientado hacia Machu Picchu. Lo demás, que dicen los investigadores, es enorme, está por descubrirse entre la maleza que es bosque de niebla. Creen los arqueólogos que esta Llactapata es una ciudadela grande e importante, pero todavía no le "han metido la mano" para desenterrarla.
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