Óscar Dominguez


A quienes no nos alcanzó la ropita para hacer historia, nos queda la alternativa de envidiar a quienes sí la protagonizaron.
Me cuento entre los 600 millones de personas que durante tres horas vimos por televisión al fallecido astronauta Neil Armstrong robando rocas lunares hace 43 años. Nadie denunció el ilícito.
Era "la primera vez que la mano del hombre ponía el pie" en el satélite que provoca la ira santa de los perros que le ladran pues asumen que la luna se les está metiendo al rancho, les disputa su territorio.
Casualmente, fue una perrita, Laika, la primera en orbitar alrededor de la luna. Después vendrían los bípedos Gagarin, ruso, y los gringos Armstrong, Aldrin y Collins.
Este fue el peor librado. Mientras sus colegas labraban su inmortalidad de papel, Collins desaparecía en el lado oculto de la luna olvidado por todos.
Me tomo la vocería de los 600 millones de mirones para agradecerle que no hubiera dejado tirados a sus cómplices del robo. Se les habría complicado el regreso a casa.
Por no perdernos detalle, a un amigo y a mí nos dejó el último bus y nos tocó dormir en un parque. Pero habíamos hecho historia echando pupila. Misión cumplida. No había nada más qué pedirle a la vida.
Eso sí, esperaba más del alunizaje. Si me acosan, diría que me desilusionó que el hombre llegara a un sitio donde no hay con quién triscar (hablar mal del prójimo). A lo mejor estamos solos en el universo, lo cual no es ninguna buena noticia.
La frustración por el viaje a la luna la comparte hasta el USA presidente Obama quien anunció que no invertirá un dólar más en viajes similares.
Armstrong abandonó la granja donde criaba vacas para cuestionar la decisión. El mandatario de pelo quieto no le paró ni cinco de bolas.
Recordemos lo que dijo Oriana Fallaci en el espléndido reportaje que escribió sobre el "Ni siquiera en contacto con el infinito un hombre se hace grande, si en él no hay grandeza. Ir a la luna no nos hace ciertamente mejores".
Ahora, semejante viajononón ameritaba frases mejores que las tres pronunciadas por Neil Armstrong en vivo ese 20 de julio de 1969.
La primera se refería al hecho mismo de salir del cachivache que los llevó hasta semejante lejura.
La segunda fue una metáfora pensada bajo la ducha. Allí se gestan las grandes ideas. García Márquez confesó que varios títulos para sus novelas salieron mientras disfrutaba de algún Niágara artificial.
Armstrong, masón y pragmático, consultó con su madre la frase que pudo construir. Hubo, imagino, una filial solicitud: Mami, ni una palabra a tus amigas del costurero ni de la iglesia. Podría parecer increíble, pero mamá Armstrong amarró la lengua, no soltó prenda.
La segunda frase es de un obvio subido, pero bueno, no era Walt Whitman el que alunizaba: "Un paso pequeño para el hombre, un paso gigantesco para la humanidad". Y liquidado el asunto.
La tercera frase que pronunció Armstrong fue un misterio durante años. Estaba dirigida a Mr. Gorsky, un vecino cuya mujer le dijo: te haré el amor como quieres, solo cuando el hijo del vecino camine en la luna. El niño que oyó esa pornográfica y privada charla era Neil.
"Buena suerte, señor Gorsky", fue la tercera frase del hombre que caminó en la luna. La reveló 20 años después, cuando se cercioró de los Gorsky se habían convertido en carne de eternidad. Como le sucedió hace poco a Armstrong.
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