Andrés Hurtado


Sin abandonar la inmensa llanura del Sandur llegamos en nuestro recorrido a la bahía en la que una roca alargada acapara todas las miradas. Es la fabulosa Dyrholaey. Se trata de una roca de 120 metros de longitud que avanza hacia el mar; es por lo tanto una península, o mejor un cabo. Esta roca se ha convertido en la postal preferida de Islandia, un verdadero ícono del país por su espectacular belleza. Añade a su encanto el hecho de que aguas adentro está perforada. El hueco parece hecho con primor por un gigante. Es un arco que atraviesa toda la roca y cuyo paso se ofrece en las agencias de turismo. Unos vehículos anfibios, como los que utilizaremos más adelante en Jökulsarlon, atraviesan el hermoso hueco. Vimos la foto de la roca como portada de varios libros de paisajes de Islandia. Fuimos primero al extremo oriental de la bahía a recorrer una playa de finas arenas negras. Adosada a la montaña a la entrada de la playa hay un conjunto de rocas basálticas que han adoptado la inconfundible y hermosísima forma del paralelipípedo rectángulo. Siguiendo hacia el oriente aparecen en el mar, no muy lejos de la playa, dos de los tres trolls. Su esbelta estampa roba muchas fotografías. Regresamos por la tarde al hotel, que se encuentra en una colina desde la cual el paisaje es impresionante. De frente, hacia el mar se ve el mentado Dyrholaey y detrás hacia arriba se contempla, relativamente cerca, una de las lenguas del Myrdalsjókull. Recordémoslo, jökull significa glaciar.
La oferta de hotelería y alojamientos en Islandia es muy variada y para todos los gustos y bolsillos. Existen los campings comunes y corrientes. Hay los refugios, que son alojamientos a los que para acceder hay que caminar un tramo más o menos largo, están ubicados en medio de la naturaleza y cerca de un lugar de especial belleza y atractivo. Hay los albergues juveniles, que existen en tantos países europeos y que están destinados fundamentalmente a estudiantes y para acceder a los cuales se necesita poseer el carnet correspondiente. Existen las granjas, que en otras latitudes se llaman casas rurales, y que son eso, granjas en las que se ofrece alojamiento y habitación y en las cuales los turistas quieren involucrarse un poco en la vida de los granjeros. En las ciudades hay Casas de Huéspedes, que son la versión citadina de las Granjas Rurales. Hay las Casas de Verano, que como su nombre lo indica, se alquilan a los turistas para la temporada estival y por último los hoteles convencionales.
Al día siguiente por la mañana nos acercamos al Dyrholaey. Una de nuestras ilusiones era admirar y fotografiar a los famosos frailecillos, los pájaros típicos y que aparecen como otro símbolo del país. Se trata de un curioso animalito de unos 30 centímetros, pico ancho, alas cortas y varios colores. En determinadas condiciones se los puede sacrificar y lo ofrecen en los restaurantes. Sus alas pequeñas no les permiten alzar el vuelo desde el suelo; por eso anidan en los acantilados y desde allí se lanzan al vacío y abren las alas; como los pingüinos, se hunden en el agua buscando los pececillos que constituyen su alimentación. El nombre científico del frailecillo es "Fratercula árctica". Cercana a la roca hay una amplia área vedada a los caminantes pues es lugar de anidación de aves. Pudimos subir al cuello donde la roca nace como península y desde allí fotografiamos el famoso hueco o arco de la roca, pero no vimos ni un solo frailecillo, sí muchas gaviotas y pájaros ostreros. Y mirando hacia el oriente, sí pudimos admirar los tres trolls, que emergen solitarios del mar.
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