Pablo Mejía


Algo que nunca debemos perder es la capacidad de asombro. Que no nos pase como a un señor que ya viejo debió buscar un apartamento para instalarse con su familia y después de mucho voltear, por fin escogió. Entonces le hicieron ver que las ventanas del inmueble tenían una visual muy limitada, a lo que respondió que eso no importaba porque él ya había visto mucho paisaje en su larga vida. Esa actitud de indiferencia, esa abulia, ese desapego no son otra cosa que la muestra de una persona que está de salida. Porque nada como tener una ventana que nos permita otear el horizonte, disfrutar ese cuadro natural que nos reconcilia con la vida, esa salida por donde dejar volar la imaginación.
Observar el amanecer o la puesta del sol es una experiencia única e irrepetible, sin importar que sean diarios y a la misma hora. Siempre serán diferentes, mágicos, arrebatadores, y por ello llevan al éxtasis y a la inspiración. Admirar las montañas circundantes y notar cómo cambian según la luz que las baña, ver las garzas volar en formación, la paloma torcaz en el alféizar de la ventana, o seguir con la mirada una ambulancia que ulula por la avenida, son distracciones que asombran y entretienen. Por eso me emocioné cuando me obsequiaron un pequeño libro de fotografías dedicado a nuestro terruño.
Patrocinado por Torres Guarín, el fotógrafo Jorge Hernán Arango presenta unas bellísimas tomas de Manizales y sus alrededores; la publicación trae además un disco con locaciones similares en video. La ciudad desde distintos ángulos, sus zonas verdes, esculturas, iglesias, repartidores viales y avenidas. El Parque Los Yarumos, el del Observatorio y el Bosque popular; el Recinto del Pensamiento; la unidad deportiva con el estadio; la arquitectura de la colonización antioqueña y la republicana; las universidades; el cementerio San Esteban; los museos y el Centro de convenciones Los Fundadores; los cables aéreos; la plaza de Bolívar y sus murales; y muchos otros sitios de interés.
Pero no es solo de la zona urbana sino que recorre el Paisaje Cultural Cafetero, el Parque Natural de los Nevados, la región de Santágueda, veredas y caseríos, la Reserva de Río Blanco; aves, mariposas, flores y los coloridos árboles que adornan nuestro entorno. Y aunque nací aquí y aquí espero terminar mi ciclo vital, "...y el día esté lejano...", nunca me cansaré de admirar tanta belleza.
La segunda joya es un regalo que recibí del ingeniero Ramiro Henao Jaramillo. Se trata de una pequeña libreta, de 16 x 20 centímetros, que perteneció al coronel Manuel María Paz y que tras permanecer inédita por 155 años por fin salió a la luz. La historia de cómo llegó ese precioso documento a manos de Ramiro es digna de contar, ya que se remonta a 1920 cuando su padre, Félix Henao Toro, estudiaba medicina en Bogotá. Resulta que en la pensión donde habitaba trabó amistad con un abogado huilense que tiempo después debió viajar a los Llanos Orientales a adelantar unas diligencias, para lo cual le pidió algo de dinero prestado. El abogado se llamaba José Eustasio Rivera y como prenda del préstamo dejó un baúl con algunos manuscritos y documentos.
Como el amigo nunca regresó, el doctor Félix revisó el baúl y al ver la libretica del coronel Paz, su olfato de científico e investigador de inmediato le hizo ver que se trataba de algo muy valioso. Tras la muerte de su padre, en 1982, Ramiro le contó a varias personas sobre la mencionada libreta y cierta vez que vino a Manizales el exministro y humanista paisa Juan Luis Mejía, por casualidad mencionó el asunto en una conversación que sostenía con Carlos Enrique Ruiz, quien de inmediato dijo saber quién tenía una libreta original.
El coronel Manuel María Paz fue un pintor viajero que acompañó al general Agustín Codazzi en dos expediciones de la Comisión Corográfica, entre 1855 y 1858, por las provincias de Neiva, Putumayo y Casanare. Su labor era plasmar en el papel todo lo observado durante el recorrido, y así pueden verse en la libreta los rostros de los nativos, los atuendos, las diferentes etnias indígenas, los animales, los paisajes, pueblos y accidentes geográficos. Unas páginas contienen apenas algún bosquejo sin terminar, como unos vaqueros que castran ganado, mientras en otras hay bellísimas pinturas en colores de la selva, la plaza de un pueblo o una canoa que recorre el río Meta. Al regresar las expediciones a Bogotá, en grandes láminas reproducía los dibujos con todos los detalles y colores originales. Esas mismas láminas se exponen en la actualidad en el Museo Nacional.
De manera generosa Ramiro permitió que las editoriales de la Universidad de Caldas y de EAFIT, cuyo rector es el doctor Mejía, publicaran la libreta en un formato idéntico al original, con el papel amarillento, manchado y gastado por los años. El número limitado de ejemplares impresos hacen muy apetecible el regalo y quienes lo recibimos nos comprometemos a facilitárselo a todas aquellas personas de nuestro entorno que muestren interés. Gracias a Ramiro por incluirme en la lista de afortunados, pero sobre todo gracias por permitirnos conocer un documento gráfico que enriquece nuestro legado cultural.
Lo que nos quedaremos sin saber es cómo llegó la libreta a manos del autor de La Vorágine. ¡Averígüelo Vargas!
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