María Leonor Velásquez Arango


¿Qué diría usted si alguien le preguntara si es feliz o infeliz con su vida? Creo que esta es una pregunta complicada que probablemente, dependiendo del momento, algunos de nosotros diríamos que sí o que no, o que a veces sí y a veces no. Y por qué no ser felices si estamos, según el barómetro global de felicidad y esperanza y por segundo año consecutivo, en el país que ocupa el primer lugar de felicidad. Este estudio realizado por WIN-Gallup International, en 65 países dice que el 86% de los colombianos consultados -1.021 en total- se declaró feliz y solo el 2% dijo ser infeliz, este índice aumentó en un 9% con respecto al año 2012. Los que siguen en esta lista con mayor índice de felicidad son Fiji, Finlandia y Argentina y entre los menos felices están Italia, Portugal, Grecia y Francia. La pregunta que hicieron es si usted se siente feliz, infeliz o ni feliz ni infeliz con respecto a su vida y el índice resulta de restarle el porcentaje de los que dicen estar infelices a los que dicen estar felices.
Como decía un columnista de El Tiempo el pasado 4 de enero ‘Lo que uno vive todos los días, con noticias de borrachos que atropellan gente, de violencia aquí y allá, de riñas hasta a la hora de darse el saludo de la paz en misa, de cifras de pobreza y miseria, de corrupción, de desplazados... no es como para morirse de la dicha... ¿O será que somos un pueblo alegre, fiestero, animado y esa innata alegría es el antídoto contra el dolor y nos saca adelante?’ Puede ser, pero también podría ser que no nos atrevemos a decir la verdad y menos cuando se trata de una opinión pública, o podría ser que nos acostumbramos a nuestra forma de vida y ni siquiera nos paramos a preguntarnos si esta es la vida que queremos y si realmente somos felices o podría ser que quienes responden lo hacen desde el deseo de tener una vida mejor, aunque realmente no la tengan.
Creo en la felicidad que nace de reconocer y aceptar la realidad, con todos sus colores y matices, con sus luces y sombras, con los regalos y sonrisas y también con las pérdidas y tristezas; no creo en la felicidad que viene de creer o aparentar que todo está bien cuando en realidad detrás de la puerta o como dicen, debajo de la cama, está toda la ropa sucia. Cuando miro todas las historias y las fotografías que se ponen en las redes sociales donde todos parecen vivir en un mundo maravilloso en el que nadie es feo, nadie tiene problemas y a nadie le pasa nada malo, me pregunto si éste es el mundo real o más bien un universo paralelo que necesitamos crear para desconectarnos de nuestra vida cotidiana y no ocuparnos de una realidad que puede ser difícil y compleja.
El único propósito que me hice para este año es que quiero ser feliz, no importa si las cosas se ponen difíciles como seguramente será en algunos momentos, quiero sentirme feliz, conectada conmigo, consciente del ser que soy y las posibilidades que tengo, disfrutando cada cosa que la vida me regala y cuidándome de las que me hacen daño. Creo que al final del día es lo que cuenta porque cuando estamos felices y sonreímos desde el corazón podemos dar lo mejor de nosotros, comprometernos y aportar en las causas que nos interesan. No estoy diciendo que ser feliz sea estar sonriendo todo el tiempo, habrá momentos de tristeza y momentos de miedo y también momentos de rabia y quisiera en cada uno sentirme conectada conmigo y ser lo más coherente posible, cuidándome y cuidando las cosas que realmente me importan.
Vienen a mi mente en este momento dos personas que en dimensiones diferentes han dejado una huella en mi vida, en primer lugar el líder surafricano Nelson Mandela, Madiba como le llamaban en su tierra, un hombre leal a sus principios aún en los momentos más difíciles de su vida, un hombre que fue capaz de perdonar a quienes habían sido sus verdugos durante 25 años de cárcel, un hombre que no perdió el rumbo y siempre pensó que era el amo de su destino y el capitán de su alma. El segundo hombre grande al que quiero referirme estuvo mucho más cerca de nosotros y acaba de irse, me refiero a Mario Calderón Rivera, un visionario que se adelantó a su época, un hombre coherente y profundo en sus reflexiones pero por encima de ese personaje culto e intelectual un ser cálido y amoroso, absolutamente respetuoso de las diferencias y las opiniones de otros. Sería maravilloso que no dejáramos borrar las huellas de estos hombres ilustres y que pudiéramos capitalizar sus lecciones para hacer de nuestra ciudad, de nuestra región y de nuestro planeta un mejor lugar para todos.
Es la invitación que quiero hacerle a usted que me está leyendo, empezar el año pensando que vale la pena ir más allá de las apariencias para encontrar la felicidad en el sitio donde probablemente no estemos buscando, como dice el cuento de los duendes del argentino Jorge Bucay "… Vamos a quitarles a los hombres la llave de la felicidad… un duende viejo se puso de pié y dijo: creo que debemos esconderla donde nunca la buscarán ¿dónde? dijo otro duende, la esconderemos dentro de ellos mismos… muy cerca de su corazón, estarán tan ocupados buscándola, desesperados, sin saber que la traen consigo todo el tiempo. Alguien lo descubrirá y se los dirá a todos, dijo otro, el anciano que había hecho la propuesta dijo, tal vez si, pero los hombres poseen una innata desconfianza hacia las cosas simples, si ese hombre existiera y les contara el secreto a los demás, nadie le creerá."
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