María Carolina Giraldo


La pobreza de América Latina ha sido caldo de cultivo para que imperen en ella gobiernos que se aprovechan de la falta de recursos y de educación de un buen número de ciudadanos, con el fin de perpetrarse en el poder y llenar sus cuentas personales de fortunas descomunales. La corrupción se reproduce fácilmente en estos países donde las necesidades insatisfechas son innumerables, el control social escasea y el amiguismo es un valor más importante que la buena administración de los bienes públicos.
Durante años se ha criticado duramente a los gobiernos latinoamericanos por amparar a las clases más privilegiadas en contra de los más desprotegidos. Se ha señalado a los Estados por favorecer a los grandes capitales en desmedro de los necesitados. Las críticas son muy duras, con justa razón, porque se tiene una deuda inmensa con los millones de ciudadanos que todavía viven en condiciones de pobreza e inequidad.
Esta situación de rechazo, exclusión y abandono de los más desprotegidos, ha generado el nacimiento de un fenómeno a todas luces contradictorio y éticamente reprochable. Han surgido en América Latina una serie de gobiernos que se han autodenominado socialistas y que se han aprovechado de esta situación de pobreza e inequidad para cometer todo tipo de atropellos y abusos de poder.
En el discurso, estos gobernantes solo trabajan y viven para sacar a sus ciudadanos de la miseria, prometen darle a los más pobres un mundo infinito de posibilidades y oportunidades. Sin embargo, en el fondo, nada de lo que dicen es cierto, los desprotegidos les son útiles mientras estén en situación de marginalidad, mientras ellos puedan venir a salvarlos con un subsidio, mientras alimentan la escasez que necesitan para ser los redentores de un masa oprimida. Actúan como si estuvieran investidos de un poder supremo, que les permite utilizar a los más necesitados a su antojo, como si no tuvieran un mandato que ellos les han conferido para que, justamente, los saquen de la pobreza, no para que se engorden con ella.
Para estos señores la solución a los problemas de los pobres se reduce a tener una masa de personas subsidiadas viviendo en la miseria. No les interesa tener un país con ciudadanos con ingresos suficientes para cubrir sus necesidades, con acceso a una educación de calidad, con niveles de salud y calidad de vida dignos, con las condiciones necesarias para alcanzar sus sueños. Estos son del tipo de ciudadanos que no los elegirían con sus votos y que demandarían una gestión pública responsable.
Mientras tanto, a los opositores y a los críticos se les persigue de manera implacable. Los empresarios y periodistas son víctimas constantes de estos regímenes donde generar empleo es una amenaza a un sistema de favores, así como pensar distinto y denunciar la incoherencia y la corrupción es una afrenta a la patria. Adicionalmente, el apoyo popular que consiguen con sus precarios favores, lo utilizan para burlarse de la ley y cometer todo tipo de atropellos contra el Estado de Derecho.
Sus políticas se reducen a un discurso anticapitalista, a una retórica curtida de lugares comunes sobre el amiguismo de los anteriores gobiernos con unas élites económicas. Pero en realidad, estos gobiernos son más mezquinos que sus antecesores, porque no solo ignoran la pobreza y la inequidad, viven de perpetuarla. Este socialismo del siglo XXI lo encuentro repugnante, me resulta violatorio de los conceptos de respeto, equidad, dignidad e igualdad, que tanto pregonan.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015