Efraim Osorio


Es un vocablo griego antiquísimo, pues seguramente lo usaron Sócrates, Platón y Aristóteles en sus tenidas, durante las cuales no hablaban de fútbol, sino de temas menos interesantes, como ética, política, causas, efectos, primeros principios y nonadas del mismo tenor. Hablo de ‘diégesis’, que el diccionario griego Vox traduce por ‘relato, exposición; explicación’, y que llegó a nosotros apenas durante el nacimiento del siglo XXI, exactamente en el 2001, año de la vigésima segunda edición del diccionario de la Academia de la Lengua, en la que aparece por primera vez con la siguiente acepción: "F. En una obra literaria, desarrollo narrativo de los hechos". Lo extraño es que no asiente su adjetivo, ‘diegético-a’, muy lógico, por cierto. Me llamó la atención este adjetivo, porque lo desconocía. Tropecé con él, no en un crucigrama, sino en un artículo del columnista Jorge Orlando Melo, en el que afirma irónicamente: "Hay que hacer leer los clásicos a los niños, aunque no los disfruten, y llenarlos de teorías literarias para que "desarrollen las competencias" que les permitan identificar los paratextos, el discurso o los elementos diegéticos del relato" (El Tiempo, "Regalar libros", 13/3/2014). Éstos, en castellano, no son otra cosa que las circunstancias de lugar, tiempo y personajes de que se vale el narrador para elaborar su ‘cuento’, corto o largo, de misterio, histórico, detectivesco, filosófico, etc. Y los ‘paratextos’, término que no ha sido aceptado aún por la rectora del idioma, son "los elementos que rodean un texto central: imágenes, ilustraciones, pequeños textos o gráficos relacionados con el texto, tapa, contratapa, lomo", etc. Algunos autores, según lo que leí en Google, ¡dónde más!, dizque dividen el ‘paratexto’ en ‘peritexto’ y ‘epitexto’. Les faltó, digo, el ‘intertexto’ y el ‘subtexto’. ¡Ah!, y el ‘pretexto’… para inventar y enseñar tonterías. Con razón a los muchachos les da tanta pereza agarrar un libro, y más, leerlo.
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En Santa Rosa de Cabal, cuadra y media abajo del Colegio de Jesús y un par de casas de por medio de la paterna de quien esto escribe, vivía don Alfonso Villegas, cuya afición era la cacería, y su presa preferida, la ‘guagua’, animal que Alario di Filippo define así: "Mamífero roedor de América, de carne estimadísima, del tamaño del agutí o guatín. Le llaman también tinajo, borugo, y en la Costa guartinaja. La Academia lo nombra paca o guanta" (Lexicón de Colombianismos). A este animalito, creo, se refería el columnista Pedro Felipe Hoyos Körbel en esta afirmación: "En Caldas no hubo debate, cada bando soltó sus perros para levantar la remontada guadua" (LA PATRIA, 12/3/2014). ¿Por qué escribió ‘guadua’, si sabemos que los perros con incapaces de ‘levantar’ siquiera una sola? Evidentemente, en la frase citada, el verbo ‘levantar’ significa "mover, ahuyentar, hacer que salte la caza del sitio en que estaba". Y el adjetivo ‘remontado-a’ se aplica, entre nosotros, a la persona o animal que se aleja de su entorno habitual, y se esconde, generalmente, en un lugar donde no pueda ser encontrado o en la espesura del monte. Lógicamente, por lo tanto, don Pedro Felipe hablaba de la ‘guagua’. Este término tiene otras acepciones: "Guagua (voz cubana). F. Cosa baladí. // En las Antillas, nombre popular de los ómnibus de servicio urbano. Úsase en Canarias por influencia cubana" (Enciclopedia Uteha). Por su origen (del quichua ‘wawa’, ‘niño de teta’), en Ecuador y seguramente en otros lugares andinos llaman así a los niños de pecho o ‘rorros’. Y en Perú, también a un pan dulce en forma de niño.
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Hay gazapos tolerables en personas incultas, pero inadmisibles en escritores curtidos, periodistas, además. Puntualmente, la falta de concordancia entre el adjetivo numeral ‘uno-a’ y el nombre que determina. Así garrapateó Ricardo Silva Romero, columnista de El Tiempo: "…más veintiún beneficiarios del partido de ‘la U’ del presidente Santos, de veintiún índoles, que pondrán cara de paz" (14/3/2014). ‘Veintiún’, apócope de ‘veintiuno’, se emplea cuando antecede a sustantivos masculinos, por ejemplo, "la víctima recibió veintiún garrotazos". O, de la frase glosada, "veintiún beneficiarios". Si el sustantivo es femenino, el adjetivo numeral no se apocopa y conserva su terminación del género correspondiente, ‘veintiuna’. Elemental. En la frase del periodista Silva Romero, lo castizo es "…de veintiuna índoles…". Sin lugar a dudas.
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Hay frases que hacen carrera, no sé por qué, como ciertos horrorosos cortes de cabello, exhibidos en las calles y en la gramilla de los estadios. ‘En la medida en que’ es una de ellas, innecesaria, porque puede ser reemplazada, según el contexto, por el adverbio ‘cuando’, el condicional ‘si’ o por otros vocablos o giros pertinentes. Y es más notoria su inutilidad cuando se usa sólo porque ‘está ahí’, no importa que no cuadre, por ejemplo, en la siguiente frase de El Tiempo: "…y que seguramente subirá de tono (la campaña por la presidencia), en la medida en que se acerque el día de la votación para primera vuelta" (Debes saber, 15/3/2014). Si al redactor le gusta tanto ‘medida’, ¿por qué no empleó la expresión correcta ‘a medida que’? De este modo: "…que subirá de tono a medida que se acerca…". Pero, no. Hay que echar mano de lo que está de moda, no importa el disparate.
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