Óscar Dominguez


Llegó la hora de desenmascararlos. Todos lo hemos padecido: son sujetos que cuando hablan van soltando un Niágara de babas que se van a estrellar contra el rostro del interlocutor.
El damnificado soporta la afrenta, pero discretamente se lleva la mano a la cara para limpiarse. El salivoso ni cuenta se da. O se hace el loco y sigue disparando los incómodos proyectiles que a veces incluyen restos de la última cena.
Este borrador de manual para enfrentar dicha fauna sugiere no ubicarse nunca en la trayectoria de esas balas perdidas que son las babas del prójimo. O sacar al que nos escupe del libro gordo de nuestros afectos.
Los que más escupen, por supuesto, son los más parlanchines. "Cotorras de Dios" los llamó en una homilía el pastor exturbayista Darío Silva quien propone "racionamiento de la energía eléctrica", o sea, reprimir la lengua, sobre todo las viperinas. O "triperinas".
En su charla no perdonó la cita de Santiago 3.8: "Ningún hombre ha podido domar la lengua, es un mar turbulento".
Domaríamos la sin hueso si tuviéramos en cuenta la función "social" de la saliva: ablandar los alimentos y facilitar su deglución.
Cerraríamos más la jeta, dicho sea en la jerga uribista, si tuviéramos en cuenta los elementos que se atropellan para formar la saliva: agua, sulfocionato de potasio, albúmina, tialina, globulina, leucocitos, restos epiteliales, carbonatos y fosfatos alcalinos, toxinas y, pásmese usted: mucina, que no sé en qué consiste, pero algo se debe traer entre manos.
Los salivosos profesionales viven amancebados con la palabra. Hablan y se responden. Se hacen visita ellos mismos como las espléndidas cachadoras de Jericó, la tierra de la Madre Laura, paisana de mi abuela paterna.
Esos especímenes escupen escribiendo o leyendo un tuit, amarrándose los cordones, viendo pasar entierros ajenos o resolviendo crucigramas.
¿Y qué tal los cochinos sin remedio que almacenan saliva en las comisuras de los labios a manera de banco de babas que van consignando en el rostro que tienen enfrente? Y quienes de ñapa tienen halitosis o pecueca en el aliento, merecen que se les incaute el celular por un semestre.
Cuando el horóscopo anticipa que hay un salivoso en el inminente futuro, cargue su chaleco antibabas: el pañuelo. O colóquese a años luz del agresor para que las goticas sigan de largo.
Me divierto espiando conversaciones ajenas, solo para medir el grado de salivación de quien habla. Y para observar el rostro perplejo del "catcher" o receptor de semejante aguacero.
Como toda columna debe incluir "mensaje", propongo llevar paraguas para ciertas citas con urracas humanas. O cortarles el saludo y la mirada a los sujetos que hablan como con escopeta de regadera.
Ahora, si quien va a salivarnos es la barranquillera Sofía Vergara, la ducha en aves, Natalia París, o ese volcán del Ruiz del erotismo que es Amparito Grisales a sus espléndidos 57 años que cumplirá en septiembre, estoy disponible, bellas. (Sospecho que esta columna también me quedó autobiográfica).
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