Guillermo O. Sierra


Hay una especie de discurso con un tono un tanto cientificista, que aboga por hacer creer que el cambio climático en este planeta se ve sustancialmente alterado como resultado de las concentraciones del efecto invernadero y que, por tanto, se alteran los ecosistemas globales, a tal punto que hay expertos que predicen que habrá graves desequilibrios económicos. Por supuesto que abordar este tema con la seriedad y el rigor que se merecen, es no solo trascendental, sino urgente; solo que nuestros oídos se acostumbraron a ver que el abordaje de estos temas se volvió una moda; y que, precisamente por esto, dichos discursos se volvieron parte del paisaje.
Por fortuna, debo decir que no fue lo que pudimos presenciar esta semana en la Universidad de Caldas. Allí, y propuesto por la Red de investigación socio-jurídica del nodo del Eje Cafetero, se realizó un seminario internacional dedicado a abordar el tema del desplazamiento ambiental, los Derechos Humanos y el cambio climático. La pregunta central del evento académico respondía, entonces, a investigar por el impacto que ha tenido el cambio climático en las comunidades que viven en esta región. Los investigadores de las universidades participantes buscaban medir los patrones de desplazamiento, la escala de ocurrencia y lo que han respondido el Estado y otras organizaciones de la sociedad civil, respecto del desplazamiento que han sufrido, cientos de comunidades vulnerables, por los cambios climáticos.
Me parece que buena parte del tiempo dedicado por los profesores-investigadores estuvo en pensar en las dimensiones ética y política del desarrollo sostenible, la economía y la valoración económicas, desde la perspectiva de los Derechos Humanos. Cuando los escucho, renace en mí la confianza de que este tipo de debates abordan una muy universal concepción del Desarrollo, cuya finalidad -lo dicen los expertos- no es otra que el despliegue y potenciación de las facultades de los seres humanos. Me parece que la sostenibilidad ecológica es un principio fundamental del comportamiento de las generaciones actuales y futuras que pueden tener la libertad de escoger entre las distintas concepciones de la vida buena y feliz que se supone los seres humanos nos merecemos.
Con la aclaración de que sé que corro el riesgo de meterme en ciertas honduras económicas muy complejas, quiero decir que entiendo que entre los economistas que buscan estudiar la naturaleza, se dan dos versiones: por un lado, los que abordan la naturaleza desde lo instrumental analítico de la economía, que la ve en términos de precios, costes y rentabilidades; y por el otro, aquellos que piensan en la economía ecológica y lo hacen considerando los procesos económicos como factores comunes a la naturaleza y que están contemplados en la biósfera y en los ecosistemas que la integran.
Sean los unos o los otros los que tengan la razón, lo que sí creo muy razonable es volver a poner sobre la mesa de discusión, el concepto de Desarrollo Sostenible acuñado en el Informe Bruntland (1987), que lo definió como "aquel que satisface las necesidades del presente sin comprometer las necesidades de las futuras generaciones". Aquí, me parece se consolidan las posturas ética, moral y política, tan necesarias en las discusiones sobre la naturaleza y que, por supuesto, no corresponden a la moda de que hay que hablar del medio ambiente.
Un hombre como el escritor y periodista Eduardo Galeano, quien ha pensado lo más hondo de las raíces de América Latina, dijo -entre muchas otras cosas relevantes que ha dicho- algo sustantivo sobre este particular: "Somos culpables de la ruina del Planeta: la salud del mundo está hecha un asco. Somos todos responsables". Y más adelante aseveró: "El lenguaje oficial ahoga la realidad para otorgar impunidad a la sociedad de consumo…" .
Seguramente nuestros profesores-investigadores después nos dirán sus conclusiones del seminario. Por ahora, quiero insistir en que no me parece humano ni responsable que se continúe abogando por salvar el actual modelo de mercado, abandonando a su suerte a la gran mayoría de los ciudadanos que es la que sufre las fatales consecuencias, decidido por minorías irresponsables.
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